El 12 de febrero, a las doce de la mañana, hay convocada una concentración frente al Congreso para presentar las 500.000 firmas que se han reunido, en un tiempo récord, pidiendo que torturar animales sea un delito. La solicitud, que no afecta a la fiesta de los toros, se originó tras aquel horrendo incidente en Tarragona, cuando unos energúmenos aún sin identificar serraron las patas de quince perros. Un episodio de espeluznante sadismo que, por desgracia, no es un hecho aislado en este país. Por ejemplo, ahora empieza en toda España la temporada del ahorcamiento de galgos. Les cuelgan del cuello pero con las patas traseras apoyadas en el suelo: así agonizan con atroz lentitud durante dos o tres días. 'Ya he dejado al perro escribiendo a máquina', se ufanan los galgueros, haciendo un chiste del desesperado pataleo de la pobre bestia. Una broma habitual que indica la absoluta miseria moral de esa gentuza.
Para acabar con estos horrores hace falta cambiar la ley, pero resulta que hemos topado con la parte más reaccionaria del PP. Y eso es decir mucho. Teófilo de Luis, el diputado al que hay que entregar las 500.000 firmas, es un oportunista que, en el momento en que saltó el escándalo de Tarragona, prometió que su grupo propondría revisar el Código Penal. En realidad, el PP sólo ha elevado una ridícula e inoperante propuesta no de ley ante la comisión técnica. Todos los demás partidos han presentado proposiciones de ley para que torturar animales sea un delito, pero previsiblemente el PP votará en contra y dejará las cosas como están tras fingir que el asunto les preocupa. Es la derecha casposa, la derechona cerril de las fuerzas vivas y de las grandes cacerías con sabor a Los santos inocentes. Una ONG propuso a De Luis que se limitara el número de perros que pueden criar los galgueros para que, por lo menos, las matanzas disminuyan, y el diputado enseguida se encocoró: pero cómo se iba a coartar la libertad de los galgueros... Se ve que el hombre no se ha percatado todavía de que la democracia es una pura regulación en todos los ámbitos. Pero, claro, es que Teófilo es un político bastante vetusto. Un tipo poco fiable que promete cosas que no tiene intenciones de cumplir. Palabras de trapo, corazón de cacique.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 5 de febrero de 2002