A Javier le gusta referirse a su convivencia con Jorge (nombre supuesto) como un voluntariado con mayúsculas. Aunque quizás se queda corto en su apreciación. Como también se queda corto llamar convivencia a la relación que mantiene con este pequeño de cinco años. Porque, como este asistente social de 36 años comenta, desde el 1 de octubre pasado, comparte todo lo que tiene con un niño que padece autismo, un trastorno que afecta a aproximadamente uno de cada 1.000 niños, mucho más frecuente en el sexo masculino que en el femenino, en una proporción de tres a uno.
En un principio, Javier no se planteaba el acogimiento en casa de un menor con discapacidades. Quería ayudar y encontró en la acogida una forma de realizar este deseo. Le atraía la idea de poder evitar que un pequeño se acostara y se levantara cada mañana en una residencia cuando podría estar en su casa y rodeado de un entorno familiar. De esta forma, entró en contacto con la Asociación Valenciana de Acogimiento Familiar (AVAF). La acogida -una fórmula que implica el alojamiento temporal o permanente de un menor protegido por la Administración- comienza mucho tiempo antes de la llegada del menor con la preparación. Javier realizó cursos formativos en AVAF y comenzó a tener conocimiento de los niños que tienen más dificil abandonar los centros en los que residen y encontrar familias que cuiden de ellos. Se trata de menores con deficiencias físicas, psíquicas o sensoriales que requieren una capacitación especial de sus cuidadores. Javier se sintió atraído por el reto y no lo dudó. 'Nunca olvidaré la primera vez que lo ví, fue duro', recuerda, 'estaba en el gimnasio del colegio solo y mirando al vacío'. El autismo es un trastorno del desarrollo que persiste a lo largo de toda la vida. Este síndrome se hace evidente durante los primeros 30 meses de vida y da lugar a diferentes grados de alteración del lenguaje y la comunicación, de las competencias sociales y de la imaginación. En poco tiempo, Javier luchó por que fijara en él sus grandes ojos negros y lo consiguió. Como también desarrolló la complicidad que mantienen para comunicarse a través de signos y transformó sus embestidas cariñosas en besos. Jorge no habla. Emite sonidos que acompaña con gestos. Suficiente para que su padre le entienda y perciba la alegría con que responde el pequeño cuando le dice que ha llegado la hora del baño, que bajan a la calle o cuando cae en sus manos un manojo de llaves.
En una situación similar a la de Jorge antes de salir de la residencia, hay otros 26 niños alojados en centros de la Comunidad. Tres padecen minusvalías físicas, 11 psíquicas, siete físicas y psíquicas, uno tiene síndrome de down y cuatro son seropositivos. Para estos menores, el acogimiento es una alternativa a la institucionalización, es decir, el confinamiento en un centro.
Antes de estar con Javier, el niño estuvo en una familia que lo acogió de forma temporal, con los que mantiene el contacto. Entonces ya comenzó a desarrollar su particular código de comunicación, que Javier ha potenciado. Ahora, al estar permanentemente con él, el niño tiene claro cuál es su referente afectivo y de autoridad. El problema es el futuro. Jorge está escolarizado en un centro de educación especial y podrá estar allí hasta los 20 años. A partir de entonces se enfrentará a una 'interminable lista de espera' en los centros ocupacionales. Nunca podrá producir, por lo que, para su padre, la Administración tendría que tener recursos destinados a atender las necesidades de todas estas personas. A ello se suman, señala, los problemas a los que se enfrentan las familias acogedores, ya sea de niños con problemas o no. 'Debería de haber un protocolo de actuación con los menores acogidos', apunta, que diera solución inmediata a los problemas sanitarios, legales o escolares a los que se enfrentan estos niños 'que, en el fondo, son de la Administración'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 6 de febrero de 2002