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Crítica:TEATRO | 'PASEANDO A MISS DAISY'

La gente buena

Fue una primera comedia de un autor (que ya trabajaba en Broadway) con la que iniciaba una carrera en la que estarían todos los premios: el Tony, el de la Crítica, el Pulitzer. Luego pasó al cine, y vino aquí y gustó mucho. Y tuvo un premio especial, compartido con otro autor, que los judíos concedían a quienes se aplicaran a denunciar la discriminación racial en el Sur. Aquí queda ese problema un poco difuminado: la dama judía y rica, solitaria y orgullosa, tiene que tomar un chófer negro: en un momento determinado alguien pone una bomba en la sinagoga, y el chófer cuenta a la dama cómo vio ahorcar al padre de su mejor amigo en los años de los linchamientos.

Eso se difumina y un tema se hace central: la simpatía de la vieja dama -va envejeciendo en escena- y del chófer, la de dos clases sociales -más que razas- que se aproximan y la de una amistad que parecía imposible pero que llega hasta el final de la vida.

Paseando a Miss Daisy

De Alfred Uhry (1987), versión de Antxon Olaerrea. Intérpretes: Amparo Rivelles, Mario Vedoya, Idelfonso Tamayo. Dirección: Luis Olmos. Teatro de la Latina.

Es, por lo tanto, una comedia simpática y sentimental, más que cualquier otra cosa, y tiene el agrado de ver a Amparo Rivelles segura, clara, capaz de hacer llegar sus frases bien dichas sin necesidad de alzar la voz; y la del buen actor de color Idelfonso Tamayo, que mantiene la entereza y la fuerza del personaje humillado y tierno. Sin desdoro del tercer actor, Mario Vedoya, en un papel de bisagra que es capaz de mantenerse a pesar de estar afligido por el disfraz que le coloca el figurinista con permiso del director: éste asegura la circulación de la obra, y es que gran parte de la acción se desarrolla en un automóvil en movimiento mientras unas proyecciones fingen la carrera.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 7 de febrero de 2002