Cuando, en el año 1992, James Bowman actuó en el Palau, se percibía ya el declive de una voz que, años antes, había sido hermosa. Con todo, y pese a los problemas derivados de la edad, lució todavía una gran adecuación estilística y una convincente capacidad de expresión. Diez años después -el pasado martes-, las limitaciones vocales, lógicamente aumentadas, impidieron casi totalmente el disfrute de su canto: el fiato es apuradísimo, y la zona grave inaudible. Por si ello fuera poco, se presentó en el Palau junto a Charles Brett y Michael Chance, en el marco de una sesión de contratenores que parecía querer emular las hazañas en trío de Domingo, Pavarotti y Carreras. Sus dos acompañantes, sin embargo, no le ampliaron la cancha. Especialmente Charles Brett, en un estado de decrepitud vocal exagerado, con un vibrato lamentable y la emisión totalmente estrangulada. Michael Chance, bastante más joven que sus dos compañeros, hubiera podido agradar más de no ser por la fluctuante afinación de los agudos. Por otra parte, tanto Bowman como Chance -Brett actuó con mayor moderación- parecían querer salvar las limitaciones canoras a base de un histrionismo exagerado, especialmente en el caso del líder. Pero el gesto, que ayuda a la voz cuando ésta convence, no puede, en ningún caso, sustituirla. Sólo en algún fragmento del Bach de Komm, du süsse Todesstunde se cumplió, para James Bowman, el dicho de 'quien tuvo, retuvo'. Chance disfrutó de su mejor momento en la tercera sección de la Oda por la muerte de Mr. Henry Purcell (John Blow).
El conjunto Zarabanda se desenvolvió exhibiendo un fraseo y una intencionalidad bastante anodinos. Las flautas, con una sonoridad más áspera de la cuenta, taparon a los cantantes en las respectivas arias de Bach. La viola de gamba y el órgano (a veces clavecín) cumplieron en la realización del continuo.
Tomadura de pelo
La moda de la música antigua no debiera amparar a intérpretes o grupos que, por la edad o por otro tipo de carencias, no llegan a los mínimos que un auditorio como el Palau habría de exigir. Hace relativamente poco, Kuijken y su Petite Bande ofrecieron una prueba irrefutable de que la calidad es posible dentro de la estética historicista. También Leonhardt, en la pequeña sala Rodrigo, ha dado lecciones de buen hacer en ese sentido. Y hay más ejemplos. Pero los 'tres contratenores' son, hoy por hoy, una tomadura de pelo todavía más grande que la ofrecida por sus colegas tenores en los estadios de fútbol.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de febrero de 2002