Caracas, 1996. Llegó y vio...
Chabolas y más chabolas. Y me llamó la atención que algunas de ellas tuvieran rejas protectoras. También recuerdo mucha gente por la carretera. Y luego, el choque brutal de llegar al hotel de lujo.
La capital venezolana tiene fama de ciudad peligrosa.
Y así me lo pareció. Nos decían que desde que se hacía de noche no se debía salir ni para dar una vuelta a la manzana.
Parece el salvaje Oeste.
No tanto. Porque luego la gente es maravillosa, mucho más abierta que nosotros. Y hay un enorme sentido de la amistad.
¿Encontró belleza?
En Caracas, no -desde el punto de vista estético-, aunque tampoco lo vi todo. Encontré belleza en Los Roques, el paraíso de los paraísos: casas de pescadores, playas de coral donde buceas dos brazadas y ves peces amarillos, azules...
Y luego están los culebrones 'made in Venezuela'.
Sí, tanto que nos reíamos de ellos, y ahora estamos imitándolos en España. No creo que sean la mejor escuela para actores, ni para los espectadores.
¿Alguna anécdota para contar a los nietos en el futuro?
Que casi no regreso. El día que tenía que coger el avión llevaba billetes, documentación y dinero en una mariconera. Negociamos con un tipo que nos llevara al aeropuerto, y nada más llegar me di cuenta de que me había dejado todo en la furgoneta, así que salí corriendo e inicié una persecución subido en un taxi. Y al final lo encontramos. Un milagro.
Volvería a Caracas...
Sí, con el único propósito de estar con la gente de allá.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de febrero de 2002