La aparición en 1957 de los billetes verdes de mil creó una aureola sobre el acopio de los mismos. Y poco después se comenzó a denominarlos como los verdes, los billetes de mil por antonomasia. Se hizo popular una canción que decía: "Billetes, billetes verdes, pero qué bonitos son. Esos billetitos verdes que alegran el corazón". Junto con la edición de 1965, del mismo color y valor (ofrecido en la primera entrega) fueron la base para denominar a un millón de pesetas con el apelativo de "un kilo", justo lo que pesaba el millar de billetes puestos unos encimas de otros.
En 1907, con unos pocos billetes de mil, se hubiera podido comprar a Picasso un cuadro recién pintado y titulado 'Las señoritas de Avignon'
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No es difícil deducir que el color se importó del otro lado del océano, aunque la paridad entre las dos divisas comenzaba a ser ya algo distinta y distante: un dólar de 1957 se cambiaba por 40 pesetas y la renta per cápita de EE UU sobrepasaba los mil dólares y la de España estaba en torno a 300. Era ministro de Hacienda Mariano Navarro Rubio, y se iniciaban el Plan de Estabilización y el incipiente desarrollo económico. Un auxiliar del Ayuntamiento de Madrid ganaba 19.000 pesetas.
Con un verde se podía alquilar una vivienda en la calle Narváez y con 65 se compraba un piso en el Puente de Vallecas y un seat 600. Se podía viajar a Roma con audiencia papal por 5.600 pesetas. Celia Gámez protagonizaba El águila de fuego en el Maravillas a 30 pesetas la butaca. Otros precios de entonces: lavadora (20.000), las quinielas (tres pesetas columna), las sardinas (diez pesetas kilo), las patatas (dos), la carne vacuna (oscilaba entre 25 y 50), cerdo y cordero (50), las patatas (1,50) y el litro de leche ( cuatro).
Cincuenta años antes, en 1907, con el billete equivalente de mil, el poder adquisitivo, claro está, era sensiblemente mayor. Un hotelito, estilo de los antiguos de Arturo Soria, "que daba a dos calles", tal como se anunciaba en el diario EL PAÍS, que se editaba en la calle de la Madera, 8, se llevaba 13 papeles. El periódico costaba cinco céntimos y 50 pesetas una suscripción para todo el año. Medio siglo más tarde la prensa se adquiría a 1.50. Quizá por unos pocos billetes se hubiera podido comprar al desconocido Pablo Picasso Las señoritas de Avignon que había pintado en ese 1907.
Desde el 25 de enero, Antonio Maura, el único político al que el rey Alfonso XIII trataba de usted, se proponía dar estabilidad política al país y lo consiguió, gobernó durante 19 meses, un periodo inusitado para el régimen iniciado con la Restauración. La economía nacional era raquítica comparada con la europea. La mayor parte de los anuncios eran de medicinas; un jarabe contra la tos valía 3.50. Pero la alegría no se había perdido; se daban clases diarias de flamenco por 15 pesetas mensuales, diez, si eran alternas.
Quinientas pesetas en el año 1925, era una cantidad que muy pocos reunían a finales de mes, pero que podía fundirse en una juerga de señoritos en el acreditado Villa Rosa de la plaza de Santa Ana con sus elegantes azulejos en la fachada, lugar que frecuentaba el general Primo de Rivera, que se encontraba en el cénit de la dictadura, pero le aguardaban pronto días amargos. La inflación llamaba a la puerta. En estos días los periódicos costaban diez céntimos, un libro del editor Manuel Aguilar se llevaba un duro, dos pesetas la entrada en el Cervantes para ver La casa de la Troya y el franco se cambiaba a 40 y la libra a 35. Había estafas, si es que pueden valorarse, a millón y medio. Esto es lo que se llevaron unos aristócratas de títulos de postín de un asilo de niñas en Leganés.
Una década más tarde, ya con la República proclamada y gobernando la derecha republicana de Alejandro Lerroux con la CEDA, se imprimió el billete de diez de la colección. Por efecto de la recesión de 1929, la economía había decrecido, los precios se mantenían o habían subido algo, pero los salarios habían disminuido. El paro había aumentado en 704.482 personas, 40.000 más que el año anterior, y se habían registrado 637.000 nacimientos y las defunciones ascendían a la mitad. Por los diarios había que pagar lo mismo; el franco se cotizaba a 48 pesetas y las libras a 35. La zarzuela La chulapona, de Federico Moreno Torroba, podía verse en el teatro Calderón a tres pesetas la butaca.
Tiempos que nada tenían que ver con los del vale real de 600 pesos (un peso de plata eran 20 reales en Castilla, un duro en la moneda catalano-valenciana) de 1797. Por entonces, el dólar daba sus primeros pasos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 10 de febrero de 2002