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Circuito americano | GOLF

El triunfo del nuevo Olazábal

El jugador de Hondarribia hace músculo, aprende a darle fuerte a la bola, mantiene su arte y su magia y logra la victoria en el Buick Invitational

El caso de José María Olazábal es el de una rara obstinación, el de un empeño único. En un mundo del golf cada vez más duro, más físico, campos cada vez más largos, ventaja para los pegadores, Olazábal, que pasa por ser uno de los artistas más sobresalientes, estaba condenado a la nada. Su juego, basado en la inspiración, el instinto, el toque y la magia, antes que en la fuerza y en la distancia, no tenía nada que hacer. Bien podía resignarse, quejarse de la modernidad, de los nuevos materiales, de los palos estratosféricos y todo eso, que para eso ya ha ganado dos Masters de Augusta y casi 30 torneos más en todo el mundo, y ya tiene 36 años. Pero, claro, ése no sería Olazábal.

Olazábal, el verdadero, decidió otra cosa. Llamó a Butch Harmon, el maestro de los maestros, le regaló unas cajas de vino y le pidió que le ayudara a recomponer su swing, que le dijera cómo mejorar para darle más fuerte y más recto con el driver, el palo que es ahora fundamental. Además, para entrar a competir en el campo de los físicos, decidió hacerse uno de los suyos: pesas, gimnasio, dieta (fuera el chocolate), viva la forma física. Todo este proceso de reconversión lo empezó el pasado otoño. Ya ha cristalizado.

Lo empezó a demostrar Olazábal la pasada semana, cuando terminó quinto en Pebble Beach, el segundo torneo que disputaba del circuito americano; lo confirmó, de una forma apabullante, ayer, también en California, en el campo de Torrey Sur, junto a San Diego, uno de los campos más largos de Estados Unidos, de más de 7.000 metros, una monstruosidad, el paraíso de los pegadores, de Tiger Woods y John Daly, el sueño de los fabricantes de drivers y pelotas largas, el territorio menos apto, en teoría, para Olazábal.

Combinando partes del nuevo Olazábal, como la fuerza, una magnífica distancia (fue el décimo del torneo con el driver, con una media de casi 270 metros, nada menos que 30 metros más que la temporada pasada), la precisión en las distancias largas, con las mejores partes del Olazábal de toda la vida, o sea, el arte, el toque, la clase, el putt, el olfato victorioso, el punto mental que le permite jugar al máximo en los momentos decisivos, el jugador de Hondarribiahizo una tarea perfecta el fin de semana californiano. Un trabajo de demolición iniciado el sábado con unos grandes 66 golpes (-6) y concluido ayer, con los extraordinarios 65 (-7) que le permitieron remontar cuatro golpes a los líderes y le dieron el triunfo final en el Buick Invitational (y 700.000 euros), su sexta victoria en Estados Unidos, la primera desde el Masters de 1999.

Todo ello, no sólo el torneo, también todo el proceso de transformación, se puede resumir en un sólo hoyo y en cuatro golpes. En el hoyo 18º, un par 5 de 522 metros, y en los cuatro golpes que le dieron el birdie y el -13 final y victorioso. Músculo en los dos primeros golpes, para dejar la bola, después de pasar por el rough a tiro de green. El birdie era necesario: detrás, a dos hoyos y empatados -12, venían O'Meara y Lewis. Tenía que ganarlos. Agarró el palo y, de una forma que nunca nadie podrá enseñar y que ni él mismo ha aprendido porque eso va en la sangre, dio a la bola; le dio la dirección, la altura y la fuerza justas para que aterrizara un par de metros pasada la bandera, y para que retrocediera, rozara el agujero y se quedara a menos de un metro del birdie, el octavo de la gran tarde, de la victoria.

1. Olazábal, 275 golpes (-13). 2. O'Meara y Lewis (EE UU), 276. 4. Daly (EE UU), 277. 5. Tiger Woods, Estes (EE UU), Sabbatini (Suráfrica), 278.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 11 de febrero de 2002