Agradecería los agradecimientos que el señor Eguiguren me prodiga al arranque de su réplica ('Enemigos y adversarios', 4 de febrero)..., si no fueran trampas para colar mejor lo que sigue. Pues luego me acusa no ya de sugerir siquiera, sino de 'casi' sugerir (ahí queda eso) tesis que ni digo ni pienso, porque pienso y digo exactamente lo contrario. En cambio, de la insostenible equidistancia que él propugna respecto del PNV/EA y PP -igual de adversarios, igual de alejados para el PCE-, de eso ni una palabra que lo justifique, por mucho que uno se cuidara de subrayar ese párrafo como el meollo de su documento y de mi crítica. Y de las nada menos que diez cuestiones de cierto calado teórico, diez, que semejante propuesta me suscitaba, pues tres cuartos de lo mismo: ni caso. Vamos, lo que se dice un entusiasta del debate de ideas.
Y tras la escapatoria, otra vez la incoherencia. Hete aquí que el nacionalismo étnico implica 'la erosión constante de los valores democráticos'. Pero añade enseguida que el enemigo de un demócrata no es ese nacionalismo, qué va, sino sólo ETA y quien le apoya o disculpa. El enemigo ya no es el nacionalismo vasco, porque quienes erosionan los valores democráticos son a lo sumo 'los actuales dirigentes del nacionalismo vasco'. De manera que no todos son malos y nuestro hombre se alegra de que los nacionalistas suscriban 'la propuesta parlamentaria de apoyo a los jueces vascos tras el asesinato de José María Lizón'. Ni se le ocurre que haya que corregir de raíz una ilegítima política lingüística y una torva demanda de espacio judicial propio (sendos andamios para la construcción nacional de los nacionalistas) que tanto contribuyen a instigar asesinatos como el del juez Lizón.
Nuestro hombre se angustia de pensar que el País Vasco pueda convertirse en un lugar de 'discordia civil permanente', como si ese mal día estuviera aún por venir y esa discordia fuera producto de razonamientos perversos como los míos. Pero si en tal caso habremos concedido a ETA 'su mejor victoria', permítame dos preguntas más: ¿cuántas otras victorias le hemos otorgado hasta ahora?; ¿y no estará una confusión teórica como la suya, y la tibieza política resultante, a la base misma de nuestras derrotas?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 11 de febrero de 2002