Casualmente (la mayoría de las cosas buenas que nos pasan en esta vida nos ocurren por casualidad) he tenido la oportunidad de leer el libro de Javier Cercas Soldados de Salamina; es, posiblemente, junto con La forja de un rebelde, uno de los mejores libros que he leído en mi vida y quisiera desde aquí -desde este periódico porque gracias a él descubrí el libro- expresar públicamente mi gratitud. A Miralles y a todos esos cientos, miles de españoles y ciudadanos del mundo que lucharon por la libertad, por la democracia, la Republica y contra el fascismo, primero aquí en España, después en el resto del planeta; a todos ellos, a los pocos que quedan vivos y a los muchos que murieron, gracias; ya sé que es muy poco por mucho, pero de todas formas, gracias, gracias en mi nombre y, si se me permite la vanidad, gracias en nombre de la libertad y el progreso que todos muchos años después disfrutamos ahora. Lo único que quiero decirte -deciros- es que vuestro esfuerzo no fue en vano y que aunque nunca tengáis ninguna calle de ningún pueblo de ningún país y aunque la inmensa mayoría de la gente nunca sepa quiénes fuisteis ni lo que hicisteis por ellos, para mí siempre permaneceréis vivos, siempre tendréis una calle en el pueblo de mis recuerdos en la patria de mis sentimientos.
A ti y a todos los jóvenes de aquella generación que sin quererlo ni buscarlo fuisteis héroes, a todos los miembros de las Brigadas Internacionales que vinieron a luchar y a morir por la libertad a una tierra que desconocían por completo, a todos vosotros, gracias. Gracias también a Javier Cercas por acercarnos a un pequeño trozo de nuestra historia y sobre todo por descubrirnos a todos esos héroes que nunca quisieron serlo.
Gracias y perdón; perdón por nuestra ignorancia y por nuestro silencio, pero no por nuestro olvido, ya que no lo sabíamos; a los que nacimos cuando los americanos pisaban la Luna nunca nos enseñaron en la escuela que existían gentes como vosotros.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 15 de febrero de 2002