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OPINIÓN DEL LECTOR

Jóvenes, alcohol y drogas

El triángulo formado por 'jóvenes, alcohol y drogas', que ahora mismo se encuentra en el centro del debate público y también en el político institucional, es engañoso y transmite algunas irrealidades.

Parece dar a entender que son sólo los chavales quienes consumen alcohol y, media hora después, caen en la droga. Ese discurso hace también una diferencia falsa entre las drogas y el alcohol, al que presentan como otra cosa.

El Gobierno y sus representantes están siendo impulsores de este debate, además de algún que otro gobierno municipal. Todo al hilo de las madrugadas de los fines de semanas en la que los jóvenes se lanzan al llamado botellón.

Se falsea la realidad al señalar a los jóvenes como si fueran los únicos consumidores de alcohol. La realidad es bien distinta. Si visitamos los lugares de copas, bares, restaurantes, bodegones, a quien te encuentras borracho como una cuba, son a personas que no están precisamente en su adolescencia. Padres alcohólicos o consumidores abusivos de alcohol no son buenos ejemplos para disuadir o convencer a sus hijos para que los fines de semanas no acudan al botellón de turno y beban en demasía hasta 'cogerla'.

Esas mismas personas mayores son las que no dudan en dirigirse con agresividad y desprecio a quienes consumen algún tipo de droga distinta a la de alcohol, porque ellos no la consideran droga.

Las estadísticas sanitarias de este país vienen ofreciendo datos sobre muertes como consecuencia de las enfermedades que produce el consumo de alcohol. En España mueren alrededor de 15.000 personas anualmente. Otro dato preocupante es el cada vez mayor índice de menores que consume bebidas alcohólicas. Escalofriantes datos que debieran por sí solos hacer reflexionar a jóvenes y mayores.

Sin embargo, se observa una extraña y rara identificación que sitúa a las drogas como las causantes de todos nuestros males. Ni el alcohol ni ningún estupefaciente son peligrosos para el ser humano por sí mismo. Mi experiencia personal constata que nunca he sido atacado ni poseído por ningún tipo de droga, ni jamás he contraído virus alguno que me haya hecho caer irremediablemente en la drogadicción o en el alcoholismo puro y duro.

Tengo la sensación de que somos las personas con nuestras miserias y debilidades quienes hacemos verdaderas locuras y disparates a lo largo de nuestras vidas, acudiendo a las drogas para que nuestras desdichas desaparezcan y, en vez de conseguirlo, engendramos una nueva.

Me parece buena la idea del Gobierno de llevar a la enseñanza el conocimiento y los peligros del consumo abusivo de cualquier cosa asociada al alcohol y a los estupefacientes, siempre y cuando las personas que se encarguen de enseñar sean conocedoras de la materia y no simples propagandistas contrarios a cualquier discusión o a reconocer las cosas buenas que algunas drogas han tenido y tienen para el ser humano.

Por el contrario, estoy radicalmente en contra de prohibiciones absurdas, de represión policial y de penalizaciones que ni corrigen ni solucionan nada, derivando el conflicto a campos que nada tiene que ver con esta problemática.

Si se inicia el camino de la educación y de la enseñanza y se ofrecen alternativas nuevas de diversión y de comunicación entre la juventud haciéndoles ver y comprender que toda diversión es legítima mientras no perjudiquemos a terceros (gentes que no desean formar parte de los botellones y que disfrutan de otra manera), las próximas generaciones podrán ser menos consumidoras de bebidas alcohólicas y de drogas de otro tipo, y de paso, quizá, sean también un poco más solidarias y vayamos caminando hacia un mundo un poco mejor.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 20 de febrero de 2002