Últimamente se está hablando mucho sobre el asunto del botellón. No estoy de acuerdo en que la diversión de unos sea el malestar de otros. Dicen que la solución no pasa por prohibir el consumo de bebidas alcohólicas en la calle puesto que el simple hecho de prohibirlas incita a su mayor consumo. Dicen que hay que hacer comprender a los padres que las bebidas alcohólicas hay que considerarlas drogas duras, ¿cómo la cocaína y la heroína?
Sabemos que el tabaco perjudica a la salud igual que el excesivo consumo de bebidas alcohólicas o las máquinas tragaperras. Todo esto forma parte de nuestra vida cotidiana. ¿Cómo mis padres podían intentar hacerme entender, o de aquí a unos años yo a mi hijo, que el alcohol, el tabaco, el juego, etcétera, es algo que perjudica si constantemente la publicidad se encarga de hacernos creer lo contrario?
Estamos hablando de unos productos que, mediante impuestos, llenan las arcas del Estado y que éste no tiene la más mínima intención de despreciar. Si un producto perjudica la salud, física o mentalmente, hay que retirarlo del mercado; lo demás es disfrazar el problema. Yo decido si me enveneno o no; pero el Estado es el que me facilita los medios.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 21 de febrero de 2002