Soy estudiante de periodismo de la Complutense; el 18 de febrero, como todas las tardes, recogí mi ejemplar de EL PAÍS de la mesa instalada en el hall de mi facultad y me dispuse a leerlo. De pronto, me encontré con el artículo del señor Eugenio Suárez (que se autocalifica de anciano al que nadie querrá atacar) titulado Señoras.
Si he de ser sincera, me sobresaltó; el primer sentimiento que me provocó fue indignación, pero, no obstante, volví a leerlo por si acaso lo había malentendido. En mi segunda lectura creí percibir una leve ironía, aunque no pondría la mano en el fuego.
Me parece vergonzoso que semejantes humillaciones a la mujer puedan ser publicadas en un periódico como éste. Pero, sobre todo, que un señor que tiene la suerte de colaborar en un medio de comunicación abriendo su particular ventana a este mundo a veces tan oscuro, tenga ideas tan retrógradas y denigrantes. Si había broma en sus palabras, era muy leve; ni yo, ni las personas con quien compartí mi indignación supieron verla. Eso significa que o usted es muy listo o los demás muy tontos. Teniendo sus palabras semejante alcance, debería aprender usted un poco más de respeto y dejar de decir cosas sin sentido. No conozco yo mujer que quiera ocupar el lugar del hombre, ni que las feministas sean solteronas o histéricas; creo que las mujeres estamos pidiendo un derecho que nos corresponde, no se piden 'sus puestos' ni se pretende poner de manifiesto su inanidad, pues nadie es inane. Lo que se está pidiendo es igualdad de oportunidades. Por cierto, pruebe a llevar falda..., tal vez no le parezca tan cómoda.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 24 de febrero de 2002