Suena el teléfono. La señora atiende a la llamada y le preguntan por su marido. Ella pregunta quién llama. Es del banco. La señora dice que, si es del banco, pueden hablar con ella. Le responden que preferirían hablar con su marido. La señora le dice que ella, y no su marido, es la titular de la cuenta y que por lo tanto puede darle a ella cualquier información. Del otro lado del teléfono insisten en que, de todas maneras, prefieren hablar con su marido. La señora, decepcionada, le pasa el teléfono a su marido. La llamada es para informar al marido de la existencia de un servicio telefónico para gestionar la cuenta bancaria. Afortunadamente, la interlocutora logró hablar con el hombre. Hubiera sido una pérdida de tiempo intentar que una mujer entendiera esta información tan sofisticada. Por otra parte, así se evitan riesgos de que la mujer entienda algo y se le ocurra gestionar las cuentas bancarias. Adivinen en qué país machista ha sucedido. ¿Un país árabe? ¿Tercermundista? Lo siento. Yo tampoco creía que estábamos así. Esto sucedió en Madrid la semana pasada.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 25 de febrero de 2002