El Roma descuartizó al Barça en menos que canta un gallo. En un plis, plas y sin mancharse. Rexach quiso ser Capello y envió a su equipo a un martirio. El escarnio azulgrana contrastó con la fiesta giallorossa. Nunca se había visto nada igual en el olímpico de la capital italiana.
Ante la condescendencia barcelonista, el Roma edificó un triunfo estridente con el mínimo esfuerzo, pero anunciado en cuanto dio inicio la contienda. Diga lo que diga la clasificación, la goleada deja al club catalán en una situación precaria porque derrotas como las de anoche dejan huella sentimental y futbolística.
MÁS INFORMACIÓN
- La policía concede permiso de armas a Batistuta
- Roma-Barça: sin margen para el error
- El Deportivo vence al Juventus (2-0) y el Madrid de los suplentes gana en Oporto (1-2)
- Gran lección del Deportivo
- El Barcelona gana en Turquía y consigue el primer puesto del grupo
- El Barcelona gana en Turquía y consigue el primer puesto del grupo
- AS.com:: Clasificación del grupo B
- AS.com:: Los jugadores de la Liga de Campeones
- AS.com:: Champions League 2002
No hay manera de que el Barça escarmiente. Achantado ya en la Liga, anoche se encogió en Europa. En una y otra competición ha cedido su puesto de privilegio y hoy aparece como un equipo menor, desestructurado y desorientado, maleado por pequeños y grandes. De nada le sirvió el partido del Camp Nou. Repitió los errores y se suicidó sin remisión. Rexach hizo un mal diseño y el Roma le sepultó. Traicionó el Barcelona su cultura futbolística. Quiso neutralizar al rival y, a cambio, se negó a si mismo.
El partido fue largo rato espantoso por inanimado y hasta ridículo si se atiende a la parafernalia grandilocuente que lo rodeó. Así son las cosas en Roma. Ni estirando la alineación con la entrada de un segundo delantero que trabaja como un medio (Delvecchio) en detrimento de un tercer tapón defensivo (Tommasi), tuvo el Roma un mayor protagonismo ofensivo que de costumbre, aunque el marcador diga otra cosa. El equipo no ganó agresividad ni perdió kilos sino que el Roma fue el tostón de todos los días. Ahí estaba: altivo, organizado y aguardando a que el Barcelona se equivocara.
Espantado quizá por la talla de los jugadores rivales, hombres antes que futbolistas, Rexach replicó con otro once de peso y que, a fin de cuentas, no era ni una cosa ni la otra, ni tocaba lo suficiente ni rompía lo necesario. Mal asunto. Teniendo principio y final, defensas y delanteros, con Rivaldo como hombre franquicia, el Barcelona estuvo falto de juego por la manera como los centrocampistas fueron esparcidos por la divisoria. Los azulgrana parecieron defenderse un tiempo con un punto de comodidad, insuficiente y más tratándose del Barça. A cambio, sin embargo, se extraviaron en cancha ajena, tanto por la ausencia del medio centro como por la sustitución de los extremos por volantes. Apareció un muñón en mitad del campo. Al Roma ya le iba bien así.
En el puesto del liviano Xavi, apareció Gerard, un jugador de mucha planta y que, sin embargo, no tuvo ninguna presencia en el partido. Faltos de referente y mal puestos como estaban los futbolistas, con los zurdos (Motta y Rivaldo) jugando por la derecha y los diestros por la izquierda (Luis Enrique y Kluivert), mientras Cocu atacaba a Totti, el Barcelona procuró más guardar su portería que apuntar a la contraria. A base de músculo y de nervio, de tensión y concentración, fue masticando el partido, conservando la pelota cuanto pudo, procurando limitar los errores, evitar las pérdidas de balón en las jugadas de elaboración propia que pudieran armar la contra del Roma. Procuró tapar las bandas, obligar al adversario a jugar a partir de Samuel y no de Cafu y Candela y procuró aislar a Batistuta. Más que afirmarse, pretendía neutralizar al contrario.
El Roma se apercibió enseguida de que el Barcelona le planteaba un partido a la italiana. No se impacientó más de la cuenta. Aceptó que la contienda se convirtiera en un desgaste psicológico de difícil aguante, superior incluso al partido del Camp Nou. La cuestión estaba en no meter la pata. Uno podía hacer lo que le diera la gana menos pifiarla, que no es poco, de manera que las concesiones por una y otra parte fueron muy escasas hasta bien entrado el encuentro, un terreno abonado para los italianos. El Roma fue navegando como si afrontara una jornada más del calcio, en la que el empate se da por descontado y la victoria es siempre el premio a la paciencia, un resultado que se puede atrapar sin necesidad de jugar a fútbol.
Así fue como llegó el gol de Emerson, en una acción que más bien fue un churro, pues no se sabe hacia dónde iba el disparo de Candela. El tanto castigó el juego del Barcelona, mezquino, especulativo, falto de grandeza. Ni contar con Rivaldo le alivió los males. Ni supo ir a por el partido ni tampoco reequilibrarlo. Darle un gol de ventaja al Roma significa firmar la derrota, cosa ya sabida y anunciada por Rexach, aunque nada hizo por corregirlo. La entrada de Overmars fue tan tardía como contraproducente porque alivió al Roma, que salió como un tiro en cada contra, hasta marcar el segundo tanto, toda una noticia para un equipo tan rácano como es el de Capello y un gran acontecimiento para la hinchada, enamorada de Montella. Desfigurado el Barcelona, al Roma le dio tiempo incluso de marcar el tercero y cerrar una de sus noches europeas más gloriosas a costa de un Barça del que no quedaba nada más que un montón de ceniza. Habrá que empezar a montar el equipo de nuevo. Y así hasta no se sabe cuándo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 27 de febrero de 2002