El Madrid perdió y mereció perder frente al Ural Great Perm. Sin embargo, pudo ganar. Y es que, a veces, los partidos de baloncesto, lejos de mantener un argumento unitario, se fragmentan en pequeñas partículas independientes. El partido de ayer, con la salvedad de que el Madrid jugó mal de principio a fin, perteneció a esa clase de encuentros mutantes.
El equipo madridista empezó paseándose con comodidad frente a una defensa, la del Ural Great, débil y mal colocada. A los cinco minutos las tornas cambiaban y era la defensa blanca la que se mostraba incapaz de contener las penetraciones de los rusos. Sobre todo, las de Avleev, que provocó el cambio continuo de esquema defensivo en el equipo de Scariolo. Sin embargo, los rusos no despegaban. Los fallos en el tiro y una cierta inconstancia en las tareas de retaguardia del Ural permitieron a un Madrid sin ninguna individualidad medianamente lúcida mantenerse a remolque.
En el tercer cuarto, el protagonista, Avleev, desapareció para no regresar más. Eso, la dimisión del mejor jugador del Ural, alivió el coladero defensivo del Madrid y evitó que el partido quedará definitivamente sellado. Los rusos fueron víctimas de su mala selección de tiro y de un pésimo porcentaje de acierto desde la línea de tres. El Madrid, a impulsos, de manera caótica, sin plan establecido, reaparecía en el parqué del Saporta. En ese momento, Djordjevic resucitó y se decidió a cargar con la responsabilidad. Con la tímida ayuda de Tabak e Iturbe -muy flojo en los dos primeros cuartos y algo mejor en el periodo final-, Djorjevic consiguió que el Madrid se acercara en el marcador e incluso, durante los primeros minutos del último periodo, se adelantase a los rusos.
Entonces, fue el turno del base griego Liadelis, que unió a una precisión de cirujano a la hora de meter los tiros libres -anotó todos, 12, los que lanzó-, una dirección sobresaliente. El Madrid, enganchado a un acelerado Herreros -para lo bueno y para lo malo- se mantuvo siempre muy próximo a los rusos, muy cerquita. Pero un tiro precipitado aquí, un mal pase allá y una falta de concentración defensiva casi permanente, acabaron por enterrar a los blancos. No se habían merecido ganar y, sin embargo, pudieron vencer hasta el último instante del partido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 1 de marzo de 2002