Hace días, al pasar visita a una paciente, encontramos a ésta triste; tratamos de animarla sin conseguirlo, y al despedirnos, su cuidadora, una joven ecuatoriana, nos dijo: 'No se preocupen, doctores, que yo ahorita la hablaré bonito'. Me emocionó la frase, y así lo comenté con mis compañeros. Emoción que también he sentido al leer la columna de Manuel Vicent titulada Hiedra, donde relata cómo en su habitual paseo matinal se cruza con distintas personas, una de ellas amputada de ambas piernas y cuidada por un joven ecuatoriano que le dice cosas muy dulces al pobre anciano. 'Hay que agarrarse a la vida, señor, que en las manos de uno está el vivir o no vivir'. 'Agárrese a la vida y no se aflija, señor, que pronto será primavera'. Nuestra joven cuidadora, sin duda habló bonito, pues la paciente se encontraba más animada al día siguiente. En esta época en que tanto se zahiere con la palabra, estos jóvenes inmigrantes, a veces tan injustamente tratados, podrían, entre otras cosas, darnos lecciones de 'hablar bonito'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 2 de marzo de 2002