Desde su creación, el personal y alumnado de la Escuela Oficial de Idiomas de Gandia venimos sufriendo los graves inconvenientes de más de quince años de ubicación provisional en unos bajos que sólo pueden calificarse de inmundos: ausencia de ventanas -por tanto, de luz y ventilación natural-, inundaciones de aguas fecales, malos olores permanentes, humedades que deshacen paredes enteras, plagas endémicas de cucarachas y, en un último y representativo ejemplo, el aterrizaje forzoso de una rata, viva y bien lustrosa, que cayó desde un agujero en el falso techo a escasos centímetros de una alumna en mitad de una clase de inglés.
¿Hasta cuándo tendremos qué soportar semejante tercermundismo en la Valencia de las obras faraónicas, cuando la Generalitat despilfarra dinero público a manos llenas, entre otras cosas, en un parque temático de dudosa rentabilidad? ¿Según qué extraña lógica se fijan las prioridades de inversión en el gobierno valenciano?
¿No es un centro público de enseñanza un bien para la comunidad a la que sirve? ¿Acaso no merece ser tratado con más dignidad?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 5 de marzo de 2002