Benele Motha tiene 11 años y lleva cinco atado a un árbol en la parcela de su casa en Ekunlindeni, una remota aldea al este de Suráfrica. Allí pasa las horas, junto a su perro, mientras espera la visita de uno de sus hermanos o de su madre, Sophie, quien sostiene que su hijo padece un trastorno psíquico y que no ha sido capaz de enseñarle a ir al servicio. Belene, que nunca ha ido a la escuela, no sabe hablar y se comunica emitiendo sonidos. Los servicios sociales surafricanos están investigando el caso.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 6 de marzo de 2002