Las corridas de rejoneo cuentan con una clientela especial, aunque en la mayoría de los casos poco entendida en toros y en caballos. En Castellón sí habría que matizar que hay afición al caballo y al toro. Todo ello se percibe en sus reacciones, menos populacheras que en otros pagos, que incluso llegan a reprobar acciones que se apartan del buen toreo a caballo.
Ayer fueron conscientes de que entre la algarabía popular y el excesivo énfasis gesticulante de González Porras, y las buenas formas, elegantes y académicas de Álvaro Montes, hay un mundo. Que entre la espectacularidad, sobre todo, de Andy Cartagena y la torería de Sergio Galán, también hay diferencias. Es decir, que no se dejaron llevar por lo más llamativo, sino por lo más auténtico.
Álvaro Montes y Sergio Galán pusieron tierra por medio con sus compañeros de cartel. Montes dio un curso de buenas maneras, desde la campera forma de recibir al toro garrocha en mano hasta la lentitud de sus pares de banderillas, incluida la corta que puso al violín. No estuvo afortunado con el rejón de muerte y perdió los trofeos. Galán tampoco buscó efectos especiales para llegar al tendido. Le bastaron su clásica concepción del rejoneo y una innata torería encima del caballo. No obstante, montando a Montoliú encendió la plaza con espectaculares quiebros en banderillas.
El resto fue otra cosa. Cartagena no fue el vibrante rejoneador de otras veces, aunque sí arriesgó en banderillas y puso la plaza en pie. Ventura estuvo animoso y mezcló espectaculares momentos con otros de mayor serenidad. González Porras no rompió el hielo de la fría tarde y le sobró su constante comunicación con el tendido. Por último, Rafi Durand dejó una cierta sensación de inexperiencia y se vio desbordado en algunos momentos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 7 de marzo de 2002