La intención política de Aznar respecto al terrorismo es criticable, pero no desdeñable. Quiere ocupar con su partido la autonomía vasca y subordinar a la oposición, gracias al terrible escándalo del crimen separatista, en una serie de servidumbres lingüísticas que la anula, mezclando en la aversión al terrorismo la exaltación de palabras como Libertad, Constitución y Estatuto, incluso culpando del terror a quienes creen que la Constitución es revisable, y están frente al Estatuto, y tienen de la Libertad un concepto muy amplio. Tiene lenguajistas para ello, incluso en una oposición aparente y en vascos víctimas, o amenazados, que anteponen su nacionalismo al sentido común, con lo cual se crea una corrupción más. Por ejemplo, se niegan a cualquier pluralismo por miedo a que ampare la 'diferencia' vasca: si se admiten escuelas islámicas, valdrán las ikastolas.
Un pacto contra el terrorismo es inútil por obvio: todos estamos en contra; muchos pensamos de una manera distinta a la que supone la ocupación por el aznarismo y sus agentes de una autonomía que extendería otro tipo de autocracia. Y una caída de la oposición. La cual cayó en aquel pacto: y ahora, cuando intenta hacer su política propia, se ve metida en la misma red que ayudó a tejer. Y, además, víctima del terrorismo, que la prefiere enredada con el PNV y con el PP para acusar a los 'españoles' y si es posible al españolismo. Y en estas circunstancias, cuando el partido socialista que firmó aquel pacto arrastrado por la propaganda de cuatro sabios atontados quiere trabajar dentro de él con sus principios, se encuentra denunciado por los 'patriotas' -¡qué harto me tienen!-; y Aznar renuncia a recibir al jefe de su oposición y le insta, como un dictador genético, a que cumpla lo firmado sin hablar: lo que él cree que está firmado. Y los otros los matan. A ellos o a quien sea: viven en un mundo cerrado con unos principios propios, y el escrúpulo de matar al inocente lo han perdido. Y tienen donde apoyarse porque admirables gobernantes matan así, y tribunales con cientos de años de leyes también condenan a muerte. Una política odiosa, pero coherente, como la política de Aznar con un españolismo que no es peor que un israelismo o un americanismo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 7 de marzo de 2002