Delicada criatura: / No deseo a mi voz
Que turbe el embeleso / Amarillo del bosque,
Tu elemento nativo, / Por los troncos oscuros
Sustentado hasta el cielo.
Yo quisiera, por este / Atardecer traslúcido,
Denso tal un racimo, / Trazarte huella o forma,
Pulsando ramas, hojas, / Tú con el viento en duda.
Difuso aroma, vagas / Con paso gris de sueño,
Te pierdes en la niebla / Que exhala del estanque,
Pensamiento gracioso / De un dios enamorado.
Inspiras todo el aire, / Bajo tu magia abre,
Como una flor, tan libre, / El deseo del hombre
Con un alto reposo / Que alivia de la vida.
Siempre incierta, tal eco / De algún labio, a lo lejos,
Entre aliso y aliso / De nórdica blancura,
Vibra tu esbelta música / Y en un fuego suspira.
¿Acaso el amor pesa / A tu cuerpo invisible,
Y sus burlas oscuras / Sobre el mundo recuerdan
En ti, anhelo eterno, / A nosotros efímeros?
Sonríe, dime, canta, / Si eres tú ese arrebato
Que lleva hojas ardientes, / Dejos de tu guirnalda,
Con pasión insaciable / A realizarse en muerte.
¿Mueres tú también, mueres / Como lo hermoso humano,
Hijo sutil del bosque? / Te aquietas por el musgo,
Callas entre la niebla, / Alguna nube esculpe,
Iris de leve nácar, / Tu hastío de los días.
Aún creo ver tus ojos, / Su malicia serena,
Tras las desnudas cimas, / Por el aire, profundo
Y ya frío, con la noche / Que imperiosa se alza.
Versión definitiva en 'Las Nubes' (FCE. México, 1958).
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de marzo de 2002