Cuando uno veía que la Generalitat establecía una modélica Escuela de Policía, dirigida por un modélico ex profesor mío de Política Internacional, creía que sí, que podía nacer una nueva policía de nuevo talante. Pero a medida que pasa el tiempo, personas como yo llegamos al convencimiento de que la policía siempre es la de siempre, la que con muy escasas excepciones suele comportarse de forma chulesca y prepotente con los más débiles.
La innecesaria y dura carga de los Mossos d'Esquadra en la plaza de Sant Jaume contra un nutrido grupo de estudiantes menores de edad es un claro ejemplo de ello. La Dirección General de Atención al Menor, ¿no dice nada sobre ese tipo de malos tratos?
Ciertamente, no se trata de dejar que llenen la Generalitat de huevos rotos, botellas y petardos, pero otra cosa es cargar contra esos mozalbetes como si fueran obreros de altos hornos respondiendo a sus bazucas improvisados. Prohibimos a nuestros hijos el botellón y el tabaco por ser menores, pero en cambio los reprimimos como adultos.
Mi hija de 17 años estaba allí, sentada pacíficamente en el suelo como otros muchos, escuchando el sonido de los bongós, cuando de repente los acorazados mossos de 1,80 metros y 90 kilos arremetieron contra los chicos y a un amigo de mi hija que se hallaba sentado también allí le pegaron con toda la furia un golpe de porra que le partió el labio y desencajó la mandíbula.
Uno no deja de sorprenderse al ver que la policía británica casi nunca va a la carga con porras ni, mucho menos, con pistola al cinto. Lo nuestro, lo genuinamente catalán: vergonzoso, humillante e indigno.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de marzo de 2002