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VISTO / OÍDO

Encanallamiento

'Hay un encanallamiento creciente de la vida política española', dice un editorial en este periódico, en frase certera. Incompleta: política y económica, periodística y privada. ¿O todo es política? Cuando se quiere despolitizar un país, como pretende Aznar, se consigue que todo sea política; y cuando la política profesional se encanalla desde sus puntos de poder se encanalla todo.

No digo que la vida política durante el largo y eficaz paso del partido socialista estuviera exenta de contaminaciones. Para mí tuvo tres asuntos graves: el peor, la evicción de la izquierda, el paso a una socialdemocracia capitalista después de la elección, la toma de forma del recipiente que la contenía -el mundo occidental-, de donde proceden los otros dos puntos; la lenidad ante la corrupción de muchos de sus agentes y la creación de un sistema parapoliciaco, los GAL, con todos sus delitos para el espíritu democrático.

Nada comparable, sin duda, al encanallamiento que se está desprendiendo de esta forma de gobernar, a partir de la aberración de la mayoría absoluta. La mayoría absoluta es una de las grandes corrupciones legales que caracterizan la situación; es legal a partir de un voto, pero canallesco que ese voto se haya forzado por la adquisición encubierta o directa de los medios de comunicación, por la extensión del 'pensamiento único-pensamiento cero', que se haya utilizado el antiterrorismo como fuerza de coacción y hasta de castigo para otras maneras de enfocar el problema vasco, y se lo enlace con otra ficción de antiterrorismo hecha desde el Imperio.

El autoritarismo, la falta de negociaciones sinceras, la distancia entre el pueblo y el poder -el Parlamento, pero no lo será nunca con listas únicas y disciplina de voto-, forman parte del encanallamiento; pero lo forma también, y el editorialista que ha colocado la palabra se refiere muy directamente, la forma chulesca, faltona, de señorito de preguerra -siempre vuelven- en que el Gobierno está desarrollando el tema de lo que se llama aquí 'el bulo de Tánger'; y de todos los demás. Un talante.

Es verdad que la falta de respeto y el incumplimiento del deber parlamentario aparece también en que el presidente González -y digo presidente porque tiene derecho a ese título a perpetuidad-, eje del tema, no estuviera presente; y peor aún si no lo está nunca siendo diputado, digamos, profesional. Y por la ausencia de Zapatero. Pero no caigamos en la vileza de colgar a la víctima la culpabilidad. Ni de limitar a este caso el tema principal: el encanallamiento de la vida pública.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de marzo de 2002