Argentina cuesta 8.000 millones a las empresas españolas fue el titular que abrió la primera de EL PAÍS el sábado 2 de marzo. Mi perplejidad me hizo pensar por un instante que la fiebre 'privatizadora', turbia y sin recato, impulsada por los Fujimori, Montesinos, Menem, Cavallo y otros pícaros de América del Sur en los últimos 10 años, había hallado una solución de continuidad insólita con la privatización monda y lironda ¡de una nación entera!
Argentina (le) cuesta 8.000 millones a las empresas españolas, ¡vaya!, me dije. Dos segundos después volví, cómo no, a la razón. Después de todo, EL PAÍS, cuyos medios, rigor y pulcritud dejan pocos resquicios al disparate, no tiene por qué escapar siempre a la fatalidad señalada por el aforismo según el cual, al mejor cazador... Y, creo que es el caso del titular que comento, por aquello de la sindéresis, que significa buen juicio.
Porque, en primer lugar, Argentina no le ha costado nada a nadie. A nadie que no sean los afligidos ciudadanos de ese país entrañable, quienes con eso del corralito son los únicos que cargan sobre sus desnudos hombros todo el peso de los desatinos inmemoriales, los crímenes sin castigo y las trapacerías recientes de su clase política.
Pero también con el de los desaguisados de los Villalonga y especímenes semejantes, que adularon y sobornaron a esos políticos para imponer tarifas insostenibles, monopolios leoninos y mecanismos financieros de evasión; con lo cual, un balance más fidedigno de estos años arrojaría resultados bien distintos al del titular que nos ocupa.
En segundo lugar, porque tales 'excesos de lenguaje' no hacen sino exacerbar la buena conciencia reaccionaria y culposa de los 'patriotas constitucionales' aquí, y las veleidades reivindicatorias y redencionistas de otros 'patriotas' allá.
Y en tercer lugar, porque finalmente Argentina no es sólo el sórdido mundo que Tomás Eloy Martínez describe con maestría en El vuelo de la reina, que acaba de obtener el Premio Alfaguara, sino como dice Carlos Fuentes en su elogio de Tomás Eloy, es también la tierra de 'Sarmiento y el Martín Fierro, de Borges o Bioy, de Cortázar y Arlt, de Gardel y Ginastera...' y, por tanto, es una Argentina que no le cuesta nada a nadie y que, en el fondo, no le debe a nada a nadie. Salvo la silente solidaridad de quienes la seguimos queriendo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 10 de marzo de 2002