Desde que en 1996 le destituyeron de mala manera como entrenador del Barça, Johan Cruyff ha dejado de batallar. Procura huir de la polémica diaria y tiene mucho cuidado de que no le instrumentalicen para ninguna causa porque entiende que nada vale la pena si no pasa por regresar a los orígenes del juego, y el patio no está por el asunto. A cambio, Cruyff presenta a sus 54 años su perfil más universal y se ofrece para conversar sobre el fútbol con la pelota como argumento, sin reparar en los colores ni atender a recomendaciones, simplemente porque disfruta.
MÁS INFORMACIÓN
De lectura fácil, Me gusta el fútbol reflexiona sobre el juego en tanto que patrimonio de todos. Cruyff procura huir tanto de los personalismos que ni siquiera nombra a Núñez.
El libro es sobre todo conceptual, obvio seguramente para algunos, romántico para otros y la Biblia para quienes le consideran un factor capital del fútbol, sin distinguir entre jugador y entrenador, pues en ambas cosas fue único. Cruyff acabó con el complejo de inferioridad del Barça, club del que se distanció desde que le abortaron su última camada (Celades, Guardiola, Roger, Sergi, Óscar, Iván). Uno de sus pecados fue solicitar a Zidane para dar jerarquía al equipo. El presidente le respondió que para pedirle la torre Eiffel le bastaba con la portera de casa. Por guiños del juego, Zidane fichó seis años después por el Madrid, que hoy lo presenta como el abanderado del juego.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 11 de marzo de 2002