Dicen que cuando Dios creó el mundo, al final, separó al hombre del resto de los animales, pero en el último momento, el perro dio un salto y se pasó al lado del hombre. A Nana (una fox-terrier de seis años) le gustaban las personas y confiaba en ellas. No concebía la maldad, por eso alguien pudo envenenarla. Nana sufrió durante un mes y finalmente murió. Pero eso no es un asunto importante para la policía, que no piensa hacer nada al respecto, porque andan muy ocupados, y porque consideran que en un patio de vecinos hay asuntos mucho más importantes que el envenenamiento y la muerte de un perro, por ejemplo, el problema de los tendederos. 'Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro', decía Diogens. Yo quería mucho a Nana, porque era la expresión viva del Libro de Ruth: 'Donde tú vayas, yo iré. Tu patria será mi patria. Tu Dios será mi Dios'. Eso ahora es mucho más cierto todavía, porque jamás podré olvidar su mirada.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 12 de marzo de 2002