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COLUMNA

Secreto de cama

La joven avanzó hacia él, con imperio. Se ve que conoce su oficio, pensó el piloto, que percibió, en la penumbra, la plenitud de un cuerpo turbador. Unos pasos más y la joven empezó a desabrocharle la camisa. Ahora, los pantalones, dijo. El piloto la miró con sonrojo. Vamos, ¿o quieres que te los quite yo? Le dio una bata abierta por detrás: anda, póntela. Mujer, por pudor, balbuceó. Pero entraron otras dos enfermeras y se pusieron a lo suyo. Lo suyo era tomarle la tensión y encontrarle una vía. Para la analítica, murmuró una de ellas, en tanto la otra le advertía que su tensión estaba algo alta y descompensada: setenta y cinco, ciento noventa. Minutos después, se quedó sólo en el box, tumbado sobre la cama y con aquella infame bata. No sabía qué hora era porque lo habían despojado del reloj. Entornó los ojos, hasta que una doctora lo sacudió con levedad y le dijo que había sufrido una angina de pecho. El piloto no se inmutó. Era la 21. Entonces, le pusieron el gotero y miró aquella bolsa de líquido incoloro que se derramaba en sus venas.

Se quedó solo y los trajines de las urgencias del hospital General se calmaron. Volvió la doctora y la joven de carnes elásticas que le entregó su tarjeta de la Seguridad Social. Lo siento, pero no le corresponde este centro, tengo que enviarlo al Clínico. La doctora secreteó: nos lo prohiben, no disponemos de camas. Una hora después, los ambulancieros lo metieron en una camilla. Los ocho kilómetros de viaje, fueron de infarto: el vehículo era un tormento. Cuando llegó al Clínico, se le había disparado la tensión y le sobrevinieron las náuseas. Lo depositaron en otro box, hasta que el médico de guardia decidió ingresarlo. Estará mejor en la planta de cardiología. A las diez, nadie le había visitado. Pero, ¿qué pasa? Es que esta es la planta de traumatología. ¿Y el cardiólogo? No se preocupe, ya llegará. Entonces, el piloto se vistió y pidió al alta voluntaria. Pero, ¿no se da cuenta de cómo está usted? Me preocupa más cómo estaré, si continúo aquí. Y se largó al encuentro de la vida.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 13 de marzo de 2002