En Colombia los votos se pesan más que se cuentan. Por eso, la renovación de un tercio de la Cámara (166 escaños) y del Senado (102) permite deducir, después de escrutar nombres, que el gran vencedor ha sido la fracción liberal disidente, cuyo candidato a las presidenciales de junio es Álvaro Uribe Vélez, el hombre de la mano dura contra la guerrilla, y los derrotados, el liberalismo oficial que presenta a Horacio Serpa, y el partido conservador del presidente Pastrana, a cuyo aspirante, Juan Camilo Restrepo, tampoco le daba nadie ninguna posibilidad de suceder al presidente actual.
El liberalismo -sin distinguir entre disidentes y oficiales- ha perdido 50 escaños, entre Cámara y Senado, pese a lo cual aguanta como minoría mayoritaria, pero en el interior de sus filas lo que cuentan son los nombres. Y la elección al Senado de tres destacados partidarios de Uribe, Luis Alfredo Ramos, Germán Vargas Lleras y Mario Uribe, es lo que marca el verdadero significado de la victoria.
Se ha producido una gran atomización del electorado, que se ha refugiado en nombres famosos, deportistas sobre todo. Pese a que Colombia sea un país donde a veces llegar a la urna es una proeza, la tasa de abstención del 56% puede esconder un cierto rechazo del sistema, y la elección de los senadores Navarro, Dussán y Gaviria, que constituyen una izquierda democrática todavía sin partido, parece un aviso de que algo podría estar cambiando en la estructura política del país.
La mala prestación conservadora puede mover a Pastrana a apoyar a Uribe en las presidenciales de mayo, puesto que su discurso de 'guerra antes que negociación' con la guerrilla se ajusta como un guante a este fin de mandato. Si los votos quieren decir que Colombia se encamina irremisiblemente a la guerra sin cuartel, aun comprendiendo que se deba a la cerrazón absoluta de las FARC, habrá también que lamentar los nuevos horrores que van a desencadenarse sobre la martirizada nación.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 13 de marzo de 2002