Ignoro hasta qué punto el que fuera consejero de Cultura de la Generalitat y, después, secretario de Organización del PSOE, Ciprià Ciscar, está dispuesto a competir por la candidatura autonómica en unas elecciones primarias frente al actual líder del PSPV, Joan Ignasi Pla. Algunos indicios razonables e incluso verificados han de existir para que éste haya optado por forzar las previsiones y anticiparlas al mes de abril, acortando de este modo los plazos y ponerle difícil al competidor conseguir los avales necesarios. Que sepamos, el ex consejero no ha explicitado hasta ahora sus intenciones, al margen de que se reputen por tales las críticas o maniobras que lleve a cabo en el seno del partido, y que tampoco es mucho lo que de ellas ha trascendido. Algún miembro de la actual dirección sí ha declarado que los ciscaristas 'presionan mucho'.
En cualquier caso, Joan Ignasi Pla ha movido ficha y de esta jugada se desprenden dos conclusiones elementales. La primera, que teme a su antagonista, y le teme con fundamento bastante como para alterar el calendario descargando en su contrincante el apremio de las fechas. Fair play, pero con reservas. Es probable que ningún otro oponente le hubiese empujado a tomar esta iniciativa que revela implícitamente la fragilidad de su liderazgo, tanto como las posibilidades que le otorga a su adversario. La segunda conclusión, generalmente admitida, es la venia que Madrid ha dado para segarle la hierba a quien otrora fue el número dos del partido. Y no es, imaginamos nosotros, porque Madrid crea que el actual secretario general de los valencianos pueda mellarle el poderío al PP gobernante en la autonomía -las encuestas de opinión son abrumadoras en este sentido-, sino porque no quieren conflictos y, menos aún, amparar viejas glorias que no garanticen progresos sustanciales.
Con todo y ello, este episodio no ha concluido. Ciprià Ciscar se ha reservado su última palabra y quien le conozca sabe que toda conjetura acerca de la misma resulta aventurada. Es un tipo correoso, paciente, ajeno al desaliento e imaginativo. Pero también tiene muy claro cuál es en estos momentos la urdimbre del partido y su deriva. Queremos decir que no le soplan vientos favorables, por más de que no pocos de cuantos le negarían su apoyo ahora reconozcan su superior cualificación política y capacidad estratégica como alternativa y oposición al gobierno popular. Sin embargo, pensamos que no es esta su oportunidad y que no sería justo -ni estético- que culminase su densa carrera con un revolcón electoral con sabor a ajuste de cuentas por contenciosos recientes.
Por otra parte, ya va siendo hora de que la postulada renovación del PSPV se emancipe de tutelas añejas, sea la de Ciscar o la de Joan Lerma -cuya beligerancia tenaz e indisimulada es asimismo anacrónica-, y aprendan a equivocarse por sí solos. El déficit de liderazgo del PSPV, como del PSOE, no se colma abriendo frentes internos que, sin enriquecer el mensaje, proyectan una desmovilizadora imagen de inmovilismo. Nadie, por supuesto, y menos si es ajeno a la familia socialista, está legitimado para expender cédulas de caducidad. Pero entendemos que, con esta reflexión, únicamente constatamos tanto un hecho como un clima que las primarias anunciadas deben cambiar definitivamente.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 14 de marzo de 2002