Aún presume el Liverpool de haber sido el único equipo inglés que ha ganado en el Camp Nou de los 14 que han desfilado por este escenario desde que debutara el Birmingham allá por 1958. Puede, incluso, que por segundo año consecutivo haya expulsado al Barça de las competiciones europeas; pero seguramente hasta el lenguaraz Bill Shankly, el mítico e inolvidable pope de Anfield, se mordería la lengua hoy día. Porque este Liverpool ha segado buena parte de las raíces que le hicieron uno de los clubes más adorables del mundo, por su estilo romántico, por sus principios invulnerables (la solidaridad por encima de todo) y su brillante puesta en escena, con aquel fútbol veloz, audaz, directo y fresco. Hoy nada es lo mismo y el Liverpool sólo es uno más de los equipos que han sucumbido a las influencias externas, como si ello fuera un síntoma de vanguardismo. El club ha abierto sus puertas de par en par a jugadores escasos de talento, profesionales apegados al día a día en los que ya no cala el espíritu gremial y un punto cavernario que distinguió a este equipo. Un sinfín de anécdotas definen aquella filosofía, como el día que Shankly abroncó a Tommy Smith, uno de sus jugadores, porque éste se había vendado una rodilla sin su permiso: "Sepa usted que su rodilla no es suya, es del Liverpool".
Desde que en 1988 los rectores de Anfield se impacientaron con el devenir del equipo y arrancaron de cuajo el cordón umbilical con su historia al contratar al francés Houllier, el Liverpool ha pasado a ser un equipo convencional, crudo en defensa (hasta el partido de ayer sus chicos habían despejado la pelota 393 veces en lo que va de Champions, por sólo 196 del Barça más defensivo en años) y desamparado en el juego. Houllier, que acabó con toda una dinastía de técnicos curtidos entre las telarañas de Anfield, consiguió la pasada temporada cinco títulos (UEFA, Copa, Copa de la Liga, Charity Shield y Supercopa de Europa), pero incluso con semejante botín la prensa inglesa subrayaba ayer en la previa del partido: "Juicio al estilo del Liverpool". Un estilo tan añorado que ni siquiera el hecho de que el equipo lleve sin perder un partido europeo como visitante desde 1988 (su última derrota fue en Vigo, en la UEFA), ha silenciado a los más nostálgicos. No hay duda de que Houllier sí ha conquistado a las nuevas generaciones de hinchas, que desplegaron en el Camp Nou unas cuantas pancartas cariñosas con el francés. Convalenciente por la gravísima operación de corazón a la que se sometió ayer hizo cinco meses, Houllier dirigió el partido desde Liverpool, en conexión telefónica con Phil Thompson, mientras una tela en lo alto de la gradería proclamaba: "Los inmortales de Houllier". Estos son los nuevos tiempos, para desgracia de Shankly, quien aseguró que si el Everton, el odiado vecino de Anfield, jugara en el jardín de su casa él correría las cortinas. ¿Qué haría hoy si viera a este Liverpool pisando su jardín?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 14 de marzo de 2002