Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
COLUMNA

¡Socorro!

Hasta donde alcanza mi memoria municipal, no recuerdo a ningún alcalde o alcaldesa de Valencia que se quedara afónico todos los años por Fallas, como le ocurre a Rita Barberá. Ninguno de sus antecesores -¿llegará a tener sucesores?- ha vivido con tanta intensidad en su organismo el acontecimiento fallero como sucede en su caso. Y esto, sin entrar a más, no es que sea bueno ni malo, pero constituye un hito insólito en la política local. Desde principio de año la alcaldesa se consagra en cuerpo y alma a las fiestas con toda su pericia, que a juzgar por su complexión de seis doble es vigorosa. Tanto, que llega a solapar hasta la misma fallera mayor, sintetizándola en una mera circunstancia donosa que hubiese sido diseñada expresamente para su órbita. De hecho, desde 1991, que es cuando accedió a la alcaldía, en Valencia no ha habido más fallera mayor que ella, así en la proclamación como en la exaltación, la mascletà, la ofrenda, la cremà o cualquiera de los solemnes entreactos que activan a todo el parque móvil de la municipalidad. Y no es que critique esta suplantación, puesto que se trata sólo de calderilla si se la compara con la que lleva a cabo la Virgen de los Desamparados con San José, quien, dando nombre a la fiesta y siendo el patrón del gremio de carpinteros que fue el origen de la falla, ha quedado sepultado bajo el manto de la Madre de Dios. La única objeción, si acaso, es que, mientras ella cuelga de la cola del cometa en la balaustrada del balcón, que tanto simbolizó la dictadura peronista, Valencia alcanza un vacío de poder -de autoridad- directamente proporcional a su vehemencia fallera. El milagro, que quizá sirva para su santificación el día de mañana, es que todavía no se ha producido una situación de emergencia en una ciudad trufada de pólvora que duplica su población, con los mismos hospitales llenos hasta los pasillos, con 300 calles cortadas, con varios barrios incomunicados e inaccesibles para bomberos y ambulancias, con los autobuses varados en medio del pantano y el metro en huelga.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de marzo de 2002