Más que corrida de toros, la de Capea fue una novillada. De lujo, pero novillada al fin y al cabo.Los murubes de Capea mantienen el fondo de calidad que siempre ha tenido tan histórico hierro, aunque de fuerzas están en el límite de lo permitido. Y también muy al límite la presentación de los seis que saltaron ayer.
La corrida, de poca entidad, se tapó, en parte, por la clase y nobleza que derrocharon los seis toros. Unos con más transmisión que otros, pero todos de una docilidad muy notable. De la misma forma que también estuvieron muy justos de fuerzas. Los dos toros con mayor llegada fueron tercero y cuarto, pero con un matiz que los diferenció. El primero de El Juli tuvo ciertos puntos de mansedumbre -de salida saltó dos veces al callejón-, mientras que el segundo de Ponce se empleó bien en el primer puyazo. A un Juli sobrado y populista sólo le faltó subirse encima de su primero. La mejor virtud de esa faena fue sujetar al toro y no dejar que acabara saliéndose hacia tablas. Con el quinto no hubo color y anduvo a gorrazos con él. La gente no tuvo en cuenta la faena de Ponce al primero ante la escasa entidad del supuesto enemigo. En el cuarto, sobre la derecha, trazó los mejores muletazos de la tarde. Se recreó por ese lado y puso de su lado a un paisanaje bastante exigente con él. El nuevo matador, Antón Cortés, se tropezó con los dos toros de menor entidad física. Y lo pagó en tarde tan importante. Sólo tuvo detalles y vanos intentos de acabar los muletazos a dos toros que acabaron por quedarse cortos y no pasar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de marzo de 2002