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COLUMNA

Monstruos

Un millón de personas se suicidan cada año en el mundo. La noticia, no obstante, es que cada vez se suicidan menos. Históricamente quienes en mayor proporción se daban muerte habitaban en países adelantados porque a los individuos de los países más atrasados la miseria y la guerra no les daba tiempo a escoger. En Occidente se suicidaban, especialmente, los nórdicos, personajes de Igmar Bergman que conferían a la decisión de matarse una hermosura cultísima. En realidad, los países capitalistas podían medir su nivel de vida y educación por la tasa de suicidios anuales mucho más que por cualquier otro coeficiente de riqueza. Quitarse la vida era un lujo unido a una máxima condición intelectual. Sólo los muy lúcidos eran capaces.

Ahora, sin embargo, los estudios indican que va decreciendo en las mismas zonas avanzadas ese destello superior. En una isla de Suecia monitorizada sanitariamente por el doctor Sudbury se han reducido dos terceras partes los suicidios gracias a la vigilancia de un equipo que administra oportunamente fármacos como el Zoloft, el Prozac o el Citalopram. La gente deja pronto de sentirse inclinada a destruirse y comienza vulgarmente a sonreír. Implacablemente, en Occidente, no transformando nada importante, aumenta la felicidad al compás de los antidepresivos. Erich Fromm sostenía hace cincuenta años que el Estado estaba interesado en gobernar sobre ciudadanos tristes porque así 0era más fácil su manipulación. Al ciudadano triste y deprimido se le suponía de escaso aliento para protestar. Pero ¿qué decir de los que son felices? ¿No protestarán todavía menos?

La película Monstruos, SA, actualmente en todos los cines de España y el mundo globalizado, sostiene la tesis de que es mejor obtener las energías de la risa que del llanto, antes de las carcajadas que de los aullidos provocados por los sustos. La empresa Monsters Inc., en representación del poder, descubre, en suma, que saca mucho más rendimiento económico haciendo a los niños felices que desdichados. Lo mismo que parece haber concluido la autoridad sanitaria sobre la idea disciplinaria de Foucault. A más serotonina menos subversión.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de marzo de 2002