La luz, esa ración anual de 3.200 horas, sitúa a Cádiz en un pedestal al que pocas urbes podrían subir, al menos sin sudar. La ensoñación que atrapa al extranjero en esta península guarda relación con su origen mítico. Ese poderoso Hércules, que fundó Gadir hace 3.000 años, no olvidó echarle su cuarto y mitad de guasa, medio kilito de encanto y, sobre todo, mucho arte. Las dimensiones de la península sobre la que se asienta la ciudad, una lengua sensual y burlona que preside la bahía, permiten recorrerla a pie. Un paseo por el casco antiguo, intramuros, puede durar desde una jornada hasta toda la vida.
- AL LEVANTARSE. No hay mejor horizonte que el mar. El hotel Playa Victoria es una estupenda opción para pasar la noche. Por la mañana, el visitante descubrirá que está en primera línea de playa. Ante el Atlántico, con sus generosas orillas en las que, desde finales de abril, los más osados comienzan a zambullirse. Un paseo hasta atravesar Puerta de Tierra es lo mejor para desayunar con apetito.
- LOS CHURROS. En la popular plaza de las Flores, frente al mercado, fríen churros exquisitos en La Marina. Buen combustible, mojado en café con leche, para subir las escaleras de Torre Tavira. El edificio, situado en la cota más alta de la ciudad, es un pequeño museo sobre el territorio de la fantasía: las azoteas. La casa-palacio gaditana, levantada en sillares de piedra ostionera, tiene una tipología muy curiosa. Portadas nobles, patio con aljibe y una torre-mirador desde la que cada familia atisbaba la llegada a puerto de su flota procedente de América.
- RACIÓN MONUMENTAL. Junto a la catedral, puro barroco con esculturas de La Roldana, se ve la hilera de casas de colores (Campo del Sur) que inspiró la famosa habanera de Carlos Cano: 'La Habana es Cádiz con más negritos; Cádiz, La Habana con más salero'. Seguro que en la próxima entrega de James Bond, que dirige Lee Tamahori y que van a rodar en Cádiz, aparece esta versión andaluza del Malecón.
- EL 'PAPELÓN'. Las tortillitas de camarones justifican una visita. En la churrería La Guapa, uno de los puestos exteriores del Mercado Central, se puede comprar un papelón de tortillitas y curiosear para admirar atunes, borriquetes, cazón o una temible morena. El barrio del Pópulo linda con el de Santa María, donde se alzan bellas casas con torres: del Almirante, Lasquetty o Los Lila.
- ALMUERZO CON VISTAS. La alegre plaza de la Catedral es ideal para sentarse fuera y probar un guiso casero, hecho con pescados de la bahía como la hurta, en el bar Terraza. Para hacer bien la digestión: un paseíto hasta la Cárcel Real, edificio neoclásico que mira al baluarte de San Roque.
- EL ADIÓS AL DÍA. De vuelta a la plaza de la Catedral, el visitante puede recorrer: Compañía, Columela y Ancha hasta llegar a la plaza de San Antonio. Una puesta de sol en la playa de la Caleta, cerca del balneario de la Palma, es una experiencia iniciática. De ahí, de cabeza al barrio de La Viña, callejuelas llenas de gracia donde se esconde el restaurante El Faro, la mejor cocina de la ciudad.
- EL REMATE. La copita para poner broche de oro a la jornada puede mezclarse con flamenco, en La Cava; con los sones del carnaval, en la taberna La Copla, o con jazz y tertulia, en el café de Levante. Hay despedida para todos los gustos.
GUÍA PRÁCTICA
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de marzo de 2002