Hace unos años EL PAÍS realizó una entrevista al recientemente desaparecido Adolfo Marsillach, y en una de sus contestaciones decía lo siguiente: 'Los mediocres pervierten la sociedad porque cambian el orden de los valores'. En los últimos tiempos aquella frase me viene a la memoria con cierta asiduidad al ver lo que está pasando en nuestro país: uso y abuso por parte del poder político de los medios de comunicación; falta de imaginación y de diálogo para solucionar los problemas internos y con terceros países; enriquecimiento desmedido de los sectores cercanos al poder; desprecio al adversario; vulgarización de la política; abuso del marketing para solucionar casi todo; negación de lo evidente; obsesiones impropias de gente que tiene la responsabilidad de gobernar un país (y en estos momentos medio continente), y constante menosprecio a la inteligencia de los españoles. Es una forma torpe y perversa de concebir la política, que unida a la prepotencia de la mayoría absoluta nos ofrece un panorama preocupante.
El PP lo tiene muy claro, no escatima gastos en equipos profesionales formados por periodistas y expertos en marketing que se dedican a maquillar, o directamente a deformar la realidad, en función de los intereses del Gobierno y de sus allegados. Y así, a los adversarios se los machaca y se los desprecia; a los amigos se les pone a la cabeza de los sectores estratégicos, o se les hace todos los homenajes que hagan falta o se les pone el nombre de una calle; si éstos tienen negocios, no les faltarán contratos; y si los afines pertenecen a la farándula, nos hartaremos de verlos en cualquiera de los innumerables medios de comunicación controlados por el Gobierno. Y es que la derecha paga bien a los leales, y claro, ante tanto acatamiento y tanta sumisión, soportan mal las voces discordantes, aunque éstas provengan de la oposición. Y de aquí viene el que abusen de la palabra deslealtad.
El problema para el Gobierno de Aznar es que ya no existe una situación económica boyante para taparlo todo, y después de seis años en el poder ya sabemos de qué pie cojean todos. Ése es el problema del Gobierno; y el mío, que no soporto tanta mediocridad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 19 de marzo de 2002