Aunque las miserias del partido parece que se adaptaron enseguida al formato innovador de las primarias, y los clanes habituales le rompieron el sistema inmunológico (cambia el dividendo, pero no el divisor; incluso el cociente puede llegar a ser el mismo), este método de elección democrática continúa produciendo una terrible desconfianza a los aparatos del PSOE y del PSPV. El hecho de que el jacobino Josep Borrell barriera ante su propia extrañeza al oficialista Joaquín Almunia, porque siempre queda un resquicio de voto indómito y decisivo, sigue pesando como una amenaza sobre cualquiera que, desde el control del partido, se ponga ante el disparadero de la militancia. De lo contrario, no tendría ninguna justificación el adelanto de elecciones primarias en el PSPV para dilucidar quién ha de ser el candidato a la presidencia de la Generalitat, sin otro objeto que pillar con el paso cambiado a quienes consideren oportuno optar sin la bendición oficial y aprovecharse de esa ventaja de salida pervirtiendo el sistema y el espíritu de la democracia. Porque el argumento de que el PP se beneficia de esa falta de referencia (como si fuese necesaria su contribución para los continuos traspiés de Joan Ignasi Pla) podría llegar a ser aceptable si esas mismas elecciones se extendieran a los candidatos municipales de las tres capitales, donde tampoco queda demasiado claro quién es el hombre o la mujer. Y lo sería más, sobre todo, si este proceso no estuviera plagado de guiños búlgaros y sicilianas advertencias dirigidas a proclamar y exaltar a un único candidato decidido y avalado por el mismo Madrid que obliga al PSPV a machacársela por 'lealtad federal' y le pone a los pies de los caballos del Plan Hidrológico Nacional ante la perplejidad de gran parte de la militancia y del electorado valenciano. Y lo gracioso del caso es que esos sapos los tengan que deglutir con voluptuosidad gastronómica las mismas gargantas que en el 35º Congreso del PSOE, con motivo de la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero, aun sin haber apostado por él, estallaron en gritos soberanistas ('¡País Valencià!, ¡País Valencià!'), como si se hubiese establecido un antes y un después. A otro perro con ese hueso.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 23 de marzo de 2002