Leo con interés los artículos que publica el señor Lázaro Carreter, y reconozco que en la mayoría de las ocasiones comparto su criterio. Y digo la mayoría, porque últimamente no puedo por menos de alarmarme ante su insistente diatriba en contra del préstamo latino 'gender' (la última, el pasado día 3 de marzo).
En el artículo, titulado Con algún género de dudas, el inminente académico insiste en que la traducción correcta del 'gender' ingles es 'sexo', y no 'género', como se ha generalizado en los últimos tiempos, sobre todo a partir de la Conferencia de Pekín. Quiero recordarle al señor Lázaro Carreter que el concepto de 'género' fue introducido en el discurso teórico feminista a mediados de los 70 por las feministas estadounidenses.
En realidad, ya en 1972, una inglesa había apuntado la necesidad de distinguir 'sexo', palabra que se refiere a las diferencias biológicas entre el macho y la hembra, de 'género', ésta última como 'clasificación social de masculino y femenino'. Es obvio que hombres y mujeres somos sexualmente diferentes; también es bastante obvio que hombres y mujeres tenemos actitudes y comportamientos, necesidades y obligaciones diferentes. Pero ello no se debe a nuestras diferencias sexuales, como durante siglos se nos ha hecho creer, sino a los roles sociales que sobre esas diferencias se han construido. Y precisamente para diferenciar aquello que es inmutable (la biología) de lo contingente (la cultura) se acuñó la palabra 'género' en inglés.
Quizás el préstamo no sea correcto, pero no me cabe la menor duda de que existe la necesidad de diferenciar ambos conceptos. Por ello, si a los filólogos y lingüistas no les gusta el préstamo (a mí, como filóloga, tampoco me apasiona), que inventen otro, pero que no insistan en equipararnos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 23 de marzo de 2002