La escultura con cadáveres de G. von Hagens es un nuevo trabajo sobre lo perenne, el hombre a medio regreso de la vida a la geología. Quizá merezca el premio de escultura moderna de todos los tiempos. La tele nos da tres minutos al año, cada vez que se expone en grandes capitales y acoge millones de visitantes. Suelo entrever cuatro planos y no sé si quisiera verla, parece una maldición de los sentidos, cecina humana cortada con luz, plastificada con porcentajes de acero, cerebros abiertos, madre sajada con sietemesino intrauterino.
Deja cortos los Ejercicios de San Ignacio (primera semana), las danzas de la muerte y toda la monstruosería actual videocibernética. No quisiera guardar ni perder tales vislumbres de museo de cera con proteina curtida; me hipnotizan como un carrusel a un niño inválido que mira. Quizá sea la muerte, que no aporta nada a la vida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 25 de marzo de 2002