El profesor Juan Jordá nos acaba de abandonar desde su puesto de mando de rector de nuestra Universidad de Cantabria. Sin casi tiempo de soltar el timón nos ha dicho adiós. Y cargado de naturalidad y sencillez -casi timidez-, sin apenas tiempo para mostrarnos por última vez su mirada entre penetrante y dulce, paciente y a veces esquiva, siempre atenta y acogedora, ha tomado otro rumbo: el suyo definitivo.
Durante casi treinta años, ciertamente los más intensos y decisivos de su vida, volcó toda su ilusión y su esfuerzo en nuestra universidad. Llegó en su joven madurez, cargado de una formación profunda en Fisiología sobre temas nada trillados que exigían conocimiento de materias diferentes y una gran capacidad para el análisis. Por eso nunca tenía prisa: disfrutaba del saber por sí mismo, de hallar nuevas certezas, del llegar a la verdad de los hechos, sin jamás importarle si su hallazgo podría reportarle un beneficio o un reconocimiento en su carrera científica. Su curiosidad y su interés por conocer la vida, en toda su rica complejidad, eran ilimitados.
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Ajeno al brillo de la opinión pública, muy tempranamente -acuciado quizá por las exigencias y urgencias de una Universidad joven-, pronto mostró su tendencia a implicarse en la actividad de la gestión. Sin duda, el profesor Jordá tenía especiales dotes para ello: serenidad, perspicacia, lucidez, tenacidad, espíritu analítico, desapasionamiento -que no frialdad-, honradez, entrega decidida al bien común y, cuando había agotado su capacidad de compromiso, la valentía de tomar decisiones impopulares. Era este conjunto de cualidades el que desarmaba a sus interlocutores, que presentaban ideas o intereses opuestos. Tras su presencia joven y desenfadada ocultaba esa madurez que sólo se consigue cuando va impregnada de pensamiento abierto, capacidad de diálogo, deseo de comprender el interés y el pensamiento del otro.
Así fue como, tras un largo periodo de años sirviendo en la sombra a los mejores intereses de nuestra Universidad -tratando de hacernos a todos más fácil nuestro trabajo-, llegó hace unos meses al puesto de máxima responsabilidad como rector de la Universidad de Cantabria. No nos fue fácil contemplar investido de los máximos atavíos propios de su cargo a quien siempre habíamos visto trabajando en su traje de faena, acorde con su espíritu sencillo y llano.
Y sin apenas tiempo de iniciar su último gran servicio, el de adaptar la Universidad a las nuevas leyes, el rector Jordá nos indicó en la mañana del pasado domingo, simplemente con un breve guiño -ése que permanecerá para siempre en mi retina- cuál es el camino que debemos seguir: servir al bien común, hacer real lo posible, con tenacidad pero con sencillez. Descanse en paz.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 27 de marzo de 2002