Wilder siempre dijo que Lemmon era el actor perfecto. Su conexión quedó magistralmente reflejada en Con faldas y a lo loco, un ejemplo de la sagacidad del director para transformar un asunto dramático -la matanza del día de San Valentín- en una hilarante comedia que tuvo una cualidad añadida: se atrevió con uno de los tabúes de su época, la homosexualidad, y superó al feroz código Hays con un fínisimo humor que burló la brutal mirada de los censores.
MÁS INFORMACIÓN
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 29 de marzo de 2002