Después de la declaración de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, llegaron las lluvias y las decisiones lingüísticas: Normes por Normes, las del Puig se desvanecen, en su artificio, frente a las de Castelló, que se afirman en la práctica, en la ciencia y en el reciente reconocimiento oficial. El secesionismo pierde así su papel estelar en un interminable derroche de argucias. Hasta los más acérrimos paladines de la insensata disputa se han apeado de sus trece: María Ángeles Ramón-Llin y Mayrén Beneyto, por disciplina o convencimiento, han desartillado la Consejería de Agricultura y el Palau de la Música, para acatar los acuerdos de la AVL. Otra cosa son los puntos de vistas, las valoraciones y las interpretaciones de cada quien. Algunos, como Font de Mora y la propia Ramón-Llin, han ponderado la valencianización de la normativa, mientras los representantes de Unión Valenciana y del Grup d'Acció Valencianista la han rechazado, a víscera limpia, por catalanizante. Esta semana no sólo ha sido la semana de pasión, sino también la semana del pacto florido. La Acadèmia después de muchos malabarismos, se ha pronunciado con arrojo. Y como era de cajón ha proclamado la oficialidad del valenciano del que la Generalitat venía echando mano desde 1983, o sea, de cuando la Llei d'Ús i Ensenyament del Valencià. Qué irreparable pérdida de años. Aunque, según se presumía, lo ha hecho con cautelas y concesiones, en el mismo filo de la navaja. Aun así, el Consell ha enviado guiños y ha querido llevar consuelo a sus más fieles y obstinados creyentes. Maniobras para salvaguardar, con disimulos, la normativa aprobada, y atemperar la soledad blavera. En cualquier caso, a los blaveros siempre les quedará el azul. Pero, sin duda, les pone los pelos como escarpias, el hecho de que el Institut d'Estudis Catalans haya recibido con satisfacción las conclusiones de la AVL, que no dejan de tener carácter interino, hasta tanto cuanto se elaboren la Gramàtica Valenciana y el Diccionari Valencià.
Con diferencias y matices, también se han pronunciado favorablemente Joan Ignasi Pla, del PSPV; Joan Ribó, de EU; Pere Mayor, del Bloc; los sindicatos CC OO, UGT y STEPV, y Acció Cultural del País Valencià que, como era de suponer, ya ha exigido que se derogue el decreto por el cual se excluye de la enseñanza a los autores no valencianos, pero que escriben en la misma lengua. Y todas estas manifestaciones, de una parte y otra, responden al compromiso político, pero resultan insuficientes y muy como llevando el ascua a sus respectivos programas. Da la impresión de que es ésta una democracia borde, con muchos miedos y titubeos, metidos en el cuerpo. Porque interesa la opinión de los ciudadanos, y la de aquellos profesionales de la palabra: profesores, escritores, periodistas, a quienes tan poco se les consulta en lo que tanto les incumbe. El protagonismo de la lengua, se solapó en una semana de procesiones, temporales, marejadas, lluvias, embotellamientos y turistas y hosteleros irritados. Y una duda: ¿es aquest diumenge cuando lo de la resurrección del señor y posiblemente de la unidad lingüística?, o ¿es este diumenge? Tanto monta, ha sentenciado la Presidencia, en un juicio más isabelino que salomónico. Sírvase usted mismo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 31 de marzo de 2002