'Hace falta sacar a Luis Cernuda de la generación del 27, esa marca registrada que sólo sirve para desmerecer a los mejores y beneficiar a los peores'. Eso dice el poeta y crítico Ángel Rupérez en la Antología del poeta sevillano que acaba de publicar Espasa en su colección Austral y que presentó ayer, en la Fnac de Madrid, Antonio Martínez Sarrión.
Rupérez habla desde la identificación absoluta con Cernuda, con profunda admiración. Y en su estudio de 90 páginas sostiene que Cernuda es un poeta único, individual, al que hace falta leer solo y leer bien, conocer su singularidad extrema y su vuelo de poeta metafísico y romántico, más cercano (afirma, con Valente) a los poetas meditativos ingleses, a Manrique, Unamuno o Hölderlin que a Alberti, Aleixandre, Diego y compañía ('menos Lorca').
'Cernuda tiene un aliento muy particular, una elevación y un mundo imaginario de una emotividad muy difícil de igualar, y dos o tres libros de una talla excepcional', dice Rupérez, que también destaca su condición vital de desterrado y sufridor: 'Aquí siempre fue un poeta odiado, denostado. Y lo pasó realmente mal en el exilio. Jamás vivió del exilio, nunca pidió nada. Fue un estoico cuyo destino era sufrir, pero ese sufrimiento le sirvió para forjar una identidad de coherencia ascética y para crear un universo poético muy alto, roto y desgarrado, que convence plenamente. No como otros'.
Como consecuencia de todo lo anterior, Rupérez aleja también a Cernuda del abanderado homosexual: 'Fue el poeta homosexual que suena menos homosexual, el más soterrado, contenido y sobrio'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de abril de 2002