Habría que imaginar la alegría de estos chavales cuando supieron que estaban anunciados en la novillada de Torrealta. Satisfacción personal y parabienes del entorno. ¡Torrealta! Igual que las figuras. ¡Cuánto honor! ¡Qué poderío el del apoderado! ¡Qué justicia la de la empresa! ¡Cuánto reconocimiento a lo buenos que somos! ¡Qué oportunidad, Dios mío!
Y todos dejaron volar su imaginación con los aires de grandeza propios de los duermevelas taurinos. Pero llegó el día y se impuso la realidad. Pasó mucho menos de lo imaginado.
Habría que imaginar la tristeza de estos chavales al término del festejo después de enfrentarse a una novillada desigual, blanda, sosa y descastada de la tan deseada ganadería de Torrealta (igual que las figuras, aunque a éstas no les pasarán las facturas que ya tendrán preparadas para ellos); después de enfrentarse a sus propios sueños, comprobar sus carencias y entender que la tarde de gloria se había tornado gris por culpa de los toros y de ellos mismos.
Torrealta / Corpas, Escribano, Domínguez
Novillos de Torrealta, muy justos de presentación los tres primeros, blandos y sosos. Francisco J. Corpas: estocada trasera -aviso- y dos descabellos (ovación); seis pinchazos (silencio). Manuel Escribano: pinchazo y descabello (vuelta); seis pinchazos (ovación). Juan José Domínguez: cuatro pinchazos perdiendo la muleta -primer aviso-, media atravesada, cinco descabellos -segundo aviso- y un descabello (silencio); dos pinchazos y estocada (silencio). Plaza de la Maestranza, 5 de abril. Novillada de abono. Algo más de media entrada.
Y lo cierto es que los tres novilleros poseen cualidades toreras muy estimables. Pero Corpas pagó caro su conformismo a escasos días de su alternativa; Domínguez es un tímido elegante que se vio superado por el miedo escénico, y Escribano es un artista arrollador que emborronó una actuación completa y entonada a causa de un pésimo manejo de la espada, impropio de quien llama con fuerza a la puerta de las figuras.
Escribano fue toda una agradable sorpresa. Triunfó en las novilladas veraniegas sin caballos y no defraudó la expectación. Tiene valor y clase, es variado con el capote y la muleta, sabe estar en la plaza, es elegante y seguro, da importancia a su labor, demuestra conocimiento, irradia serenidad y emociona con facilidad. A sus dos novillos los recibió con una larga cambiada en la puerta de chiqueros -en el primero fue arrollado sin consecuencias-; traza bien el toreo a la verónica, con las manos bajas, coloca banderillas con más facultades que acierto -el último par al violín provocó el delirio en la plaza-, participa en quites muy variados; muleta en mano, mueve bien las muñecas, templa, manda y da unos largos y lentos pases de pecho. Su primero, blando y almibarado, le permitió un escaso lucimiento, aunque consiguió una buena tanda de naturales. No picó a su segundo, el novillo con más movilidad, y realizó una faena intermitente, pero plena de sabor torero. Terminó con unas manoletinas, con el público muy entregado, y todo lo echó por tierra con la espada. Lo lamentará siempre.
Corpas no tuvo toros, sino novillos chicos. Y él, que ya es un hombre -cinco años como novillero-, los cuidó con parsimonia y elegancia, pero sin pasión alguna. Un derechazo aquí, un detalle allá en su blandísimo primero, y algún detalle de buen gusto con el parado quinto. Mató para matarlo.
Y Domínguez posee mimbres de torero bueno, pero debutaba con caballos y le pudo la responsabilidad. Parecía tímido y avergonzado y así le fue: casi le echan al corral al tercero después de alguna muestra con la mano derecha y aburrió en el sexto, vencido por las circunstancias.
El sueño ha dejado paso al lamento. Eso pasa, en gran medida, por querer torear lo que torean las figuras.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de abril de 2002