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CARTAS AL DIRECTOR

Más allá de las palabras

He defendido el derecho a la existencia del Estado de Israel desde que oí a Gamal Abdel Nasser, hace casi cincuenta años, amenazar a los israelíes con echarlos al mar. Pesó en mi elección la natural repugnancia ante cualquier acto de crueldad deliberada y, también, mi solidaridad con las víctimas del holocausto. Desde entonces he tenido que tragarme muchos sapos israelíes de diverso tamaño y sabor, a pesar de lo cual he seguido creyendo que la perduración del Estado de Israel es, básicamente, una causa justa. Pero en eso estábamos cuando llegó Sharon y abrió las puertas del infierno. Creo que Saramago se equivocó al comparar la actual situación con Auschwitz, pero que no se equivocó en lo principal: Israel es el cruel administrador, en este momento, de varios 'guetos de Varsovia', en los que ha empezado a repetir, miméticamente, los abusos nazis, comenzando por el desprecio (no el odio, sino el desprecio) del enemigo. De modo que hay dos posibilidades: que, como piensa casi todo el mundo, Israel se esté extralimitando o, como piensa Sharon, que la guerra tiene sus propias leyes y no hay más remedio que aceptarlas. De acuerdo, pero en ese caso los nazis quedan exentos de toda culpa y las víctimas judías del holocausto dejan de serlo, y yo quedo liberado de todo compromiso de solidaridad.

Creo que Israel debiera dar marcha atrás. De lo contrario, se quedará sola, sin más apoyo que el de los poderosos, que es un apoyo interesado y volátil.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de abril de 2002