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Necrológica:

La voluntad de permanencia

María Félix: la hermosura afinada por la exigencia, la disciplina que se responsabiliza a fondo de los rasgos. María Félix: celebridad internacional, leyenda del siglo XX mexicano. La titular de una filmografía abundante y desigual, el anecdotario interminable y con frecuencia falso, sustentada en la admiración que es fruto del pasmo, y en el resentimiento que suscita tanta admiración. Nace el 8 de abril de 1914 en Álamos, Sonora, es reina de la belleza en Guadalajara en 1930, y es figura de la Época de Oro del cine mexicano desde El peñón de las ánimas (1942). A lo largo de su carrera María Félix es una sucesión de atavíos, close-ups, actitudes y frases memorables, y también es la persona que ve en el lujo la escenificación de sus fuerzas interiores. El carácter le da sentido al gasto (en joyas, en vestuario), el gasto interpreta algunas demandas del carácter. En su caso, la ostentación es acto de cortesía. "A mí el dinero me hace falta para que se vea que lo que no me hace falta es el dinero".

María es -¿cómo evitar la palabra?- un mito y esta vez el término, tan malamente prodigado por lo común, se justifica con amplitud en quien impulsa sueños y fantasías colectivos: la belleza cruel, la preservación de la apariencia: el temperamento. Con María se difunde una psicología distinta, donde la mujer no renuncia a su personalidad y exige la rendición de quienes en la pantalla o en las butacas, quisieran decir con Gido: "Sólo amo lo que me devora". Con ella se cumple la aspiración errátil: hacer de la persona una obra de arte.

Desde las primeras fotos, se observa en María la conjunción de lo ya no requerido de perfeccionamiento, y de lo que evoluciona con maestría. El momento definitorio y definitivo es Doña Bárbara (1943), el sitio de la metamorfosis. Desaparecen las virtudes heredadas del carácter, la actitud sorprendible, la indefensión hogareña, y la energía modifica los rasgos, le imprime rumbos inequívocos a la elegancia, y destruye la placidez doméstica y la obligatoriedad del sometimiento. En Doña Bárbara aparece la idea María Félix (la suma de la persona y de las percepciones públicas de la persona), que combina diversos factores:

-La época mexicana y latinoamericana en que surge, feliz ante el cúmulo de personalidades, cada una de ellas una teoría y una práctica de la singularidad.

-El manejo excepcional del único personaje, dentro y fuera del cine.

-Las vibraciones del escándalo, que a fin de cuentas viene de una necesidad feligresa, aproximarse a los ídolos desde el convencimiento de que no son como uno.

El melodrama es el espacio perfecto para la figura, y la excepción es una comedia de la Revolución Mexicana. Enamorada (1946), de Emilio Fernández, El Indio. La fotografía excepcional de Gabriel Figueroa es, para seguir con el lenguaje adoratriz, el pedestal perfecto de María Félix, cuyos ojos, aislados y refulgentes, admiten toda suerte de comparaciones mitológicas. Y en La mujer de todos, La mujer sin alma y La mujer devoradora ella resplandece por ser la victimaria irredenta. También interviene en seis películas con temas vagamente inspirados en la Revolución Mexicana, de las cuales la destacable es La Cucaracha (1959), de Ismael Rodríguez. En 1970 filma su última película, La Generala.

Luego, el resto es todo menos el silencio. Entrevistas televisivas, preguntas infinitas sobre sus matrimonios con Agustín Lara y Jorge Negrete, aplausos a su entrada a los restaurantes mientras el conjunto musical toca apresuradamente María Bonita, evocaciones de Ella, la canción que le inspiró a José Alfredo Jiménez (Me cansé de rogarle. Era el último brindis/ de un bohemio por una reina) o de su amistad profunda con Diego Rivera y Frida Kahlo, declaraciones frecuentes y no pocas veces desacertadas sobre política. Y siempre el amor por la provocación. "O me aceptan como soy o me aceptan como soy". A fin de cuentas y en lo esencial, la admiración fue y sigue siendo unánime.

Carlos Monsiváis es escritor mexicano.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 9 de abril de 2002