Llovía a cántaros sobre Alhama, y luego a mantas y finalmente a mares. La progresión simbólica del agua de lluvia siempre es exagerada, sobre todo cuando se carece del resguardo necesario o surge inoportuna un día de lucimiento. Llovía a damajuanas, pues sobre Alhama de Granada, y el paisaje, sumido en una niebla meona y persistente, inducía a pensar que la Junta de Andalucía lo había tomado prestado de las tierras del norte con algún oscuro propósito sobre cuyo trasfondo político debe estar cavilando a esta hora Teófila Martínez, presidenta del PP andaluz que ya advirtió que examinaría con lupa cualquier aspecto impropio del viaje a Andalucía del Príncipe.
Llovía con generosidad la segunda jornada de la gira pero bastó sin embargo con el eco lejano del helicóptero real para que la muchedumbre apartara los paraguas sin cerrarlos, señalara un punto del cielo e irrumpiera en un aplauso cerrado. Alhama fue el primer destino rural del viaje de don Felipe de Borbón por la comunidad. Las virtudes seculares de esta ciudad del interior de la comarca del Temple están sustanciadas en el famoso romance fronterizo del rey moro que no sólo perdió Alhama y la confianza de los suyos por degollar a los Abencerrajes ('Por eso mereces rey / una pena muy doblada: / que te pierda tú y el reino, / y aquí se pierda Granada').
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Así, húmeda y gris, fue como la conoció el Príncipe de Asturias que, pese al aguacero, se desplazó a pie desde la Puerta de Granada a la iglesia del Carmen y se asomó al mirador del tajo que parecía un aguafuerte romántico. Al observar a don Felipe los vecinos evocaban la leyenda de otra visita real, la que hizo hace 117 años su tatarabuelo, Alfonso XII, que acudió presuroso para condolerse por el terrible terremoto que arrasó la comarca. Como reconocimiento construyeron una estatua que en los días de la guerra fue despeñada desde el tajo y ahora está siendo reconstruida.
Fue irse don Felipe y disminuir la lluvia, como si el aguacero -¡atención, Teófila, con los engaños!- hubiera sido contratado por un escenógrafo a las órdenes de Gaspar Zarrías. Sin embargo, en Granada, en el Ayuntamiento y luego en el Rectorado, la lluvia descargó con el mismo ímpetu. ¿Dónde está el sol de abril?, preguntaban algunos miembros de la comitiva hechos a la idea de un sur benevolente.
El agua, sin embargo, confería mayor severidad al Hospital Real, la sede del Rectorado, donde el Príncipe había citado a almorzar a 122 estudiantes de las nueve universidades andaluzas, aunque al final fueron 121. Por el hueco de los patios, por si fuera poco, caían unos goterones asombrosos que percutían sobre las piedras del siglo XVI. Los estudiantes pasaron uno a uno delante del Príncipe de Asturias.
En realidad pasaron todos menos uno. Los responsables de seguridad o de protocolo cortaron el paso a un chaval de Málaga al descubrir que sobre la camiseta llevaba una leyenda en contra de la LOU y a favor de los estudiantes detenidos en Sevilla por los sucesos del Rectorado. Lo apartaron a un lado y luego lo entregaron a un guarda jurado para que lo sacara a la calle. De este modo, don Felipe no pudo conocer su opinión sobre la ley, la intervención policial y el comportamiento de quienes destrozaron las puertas.
Con los postres comenzó a despejar y luego cesó el agua. Para entonces el Príncipe de Asturias estaba contemplando en un monitor un vídeo de sus padres visitando las estancias de la casa donde nació Federico García Lorca en Fuente Vaqueros en 1898. Al despedirse, su director, Juan de Loxa, le entregó para su madre la Reina una traducción alemana de la alocución que el poeta hizo a su pueblo en 1932, en plena efervescencia republicana, y para él, el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 10 de abril de 2002