La emisión indiscriminada de programas televisivos destinados a sacar al pairo las intimidades y las miserias del famoseo, así como la prensa rosa y amarilla que las ventila en papel satinado, han generado entre la población más ilustrada una actitud defensiva que raya muchas veces en la hipercorrección. Sin ir más lejos, la publicación esta misma semana de las cartas de amor de Pedro Salinas a Katherine Prue Reding, setenta años después de ser escritas, puede ser considerada una salida de tono que en nada beneficia a la obra del autor de La voz a ti debida. Los hay que opinan de ese modo. Pero lejos de purismos literarios y filológicos, lo cierto es que iluminar y documentar las circunstancias que propiciaron los poemas de una etapa determinante en la producción de Salinas ayuda a entender mejor la extensión de su talento y la verdad de esa emoción que nada tiene de artificial. Poco importan, eso sí, las amantes que se cruzaron, sin pena ni gloria, por la vida de estos hombres dados a perdurar. Pero aquéllas que trascendieron a la obra escrita, aquéllas que se quedaron para siempre perpetuadas en los versos tienen derecho legítimo a la memoria y a ser rescatadas de una sombra inmerecida. Lo afirmo desde el conocimiento y desde una experiencia tan propia como la reciente publicación de mi biografía sobre Miguel Hernández. Hay quien ha señalado al respecto -sin leer, por supuesto, el libro-, sólo atendiendo a los titulares de prensa, que lo mío ha sido un trabajo comercial, oportunista incluso. Lástima. Hay quien piensa que una biografía como ésta puede sepultar al poeta, ya que reivindica peripecias personales que amenazan con sofocar su obra. Lástima otra vez. Lo cierto es que el propósito de mi estudio ha sido, esencialmente, destruir la leyenda, acabar con las trivialidades y dejar limpio el camino para un encuentro en solitario con la obra de Miguel. Sorprenderá saber a estos agoreros que en sólo tres semanas se han agotado las antologías y los libros del poeta de Orihuela, obligando a las editoriales a reaccionar ante la demanda de su poesía. Ése era el objetivo, ése es el mejor modo de homenajear a Hernández y, ya de paso, iluminar un poco nuestra conciencia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 11 de abril de 2002