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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL

Huellas budistas en la isla del té

LLEGAMOS a Colombo procedentes de Male, la capital de Maldivas, tras aproximadamente una hora de vuelo. El aeropuerto estaba repleto de medidas de seguridad, pues pocos días atrás había sufrido un ataque suicida de consecuencias mortíferas por parte de los temibles tigres tamiles, que luchan de forma incansable por la creación de un Estado independiente al norte y este de Sri Lanka, nombre moderno del Estado que ocupa la legendaria isla de Ceilán.

El conflicto entre los tamiles del norte, de religión dravidiana, que establecieron un reino indio al norte de la isla en el siglo XIII, y la mayoría cingalesa, de religión budista, ha producido más de 100.000 muertos o desaparecidos en los últimos 18 años. Sin embargo, Sri Lanka no resulta un país especialmente peligroso para el visitante occidental si se toman unas mínimas precauciones. De hecho, es un país extraordinariamente acogedor y agradable de recorrer, a condición de mantenerse alejado de los focos de conflicto, que incluyen también a la propia capital, Colombo.

Se pueden visitar los restos de la mítica Polonaruwa, con sus estatuas de Buda acostado y sus templos habitados de Sigiriya, construidos en un lugar de acceso casi imposible por temor a una venganza y desde donde se domina un territorio espectacular, y la bellísima ciudad de Kandy, en cuyo templo la leyenda sitúa el diente de Buda, supuestamente la única reliquia existente del fundador del budismo. A todo esto se pueden añadir las reservas de elefantes, jardines botánicos plagados de árboles inauditos y de murciélagos de un tamaño inquietante y los verdes campos de té. En definitiva, una isla fascinante que no dejará indiferente al visitante, como no lo hizo con Arthur C. Clarke, el genial visionario y escritor de ciencia-ficción que habita en ella desde hace décadas.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 13 de abril de 2002