Educar en el respeto y la igualdad hacia las personas no es tarea fácil. Lograr que los alumnos adquieran conciencia social y espíritu crítico, menos aún. Esto es lo que estimula la educación popular, impulsada en el pasado por el pedagogo brasileño Paulo Freire. En El Salvador, 400 maestros y maestras populares ponen su tiempo, su esfuerzo y su dedicación personal a ese empeño.
En Santa Marta, una pequeña localidad salvadoreña situada en la frontera con Honduras, la organización local Asociación para el Desarrollo Social (ADES), con el apoyo de la ONG española Educación Sin Fronteras, ha puesto en marcha una escuela popular con 1.400 alumnos de infantil y primaria, 27 maestros, una pequeña sala de ordenadores y una biblioteca. Las dificultades económicas, la escasez de materiales y la no inclusión de la educación popular en el sistema escolar son parte de sus problemas. El Gobierno ve con recelo este tipo de educación.
Otro problema es que 'los maestros populares en El Salvador carecen de un título académico. Tienen una experiencia de muchos años, pero no está reconocida oficialmente', explica Alicia, la directora del centro. Sin embargo, muchos de ellos no se rinden: van a la Universidad de San Miguel de jueves a sábado en busca de un título.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 15 de abril de 2002