Miro con estupor la valla que se levanta en torno a los jardines del Hospital de las Cinco Llagas, sede del Parlamento de Andalucía. El cerramiento hasta ahora existente, con su barrera, sus cámaras de vigilancia y los policías armados no era suficiente para demostrar la dignidad de la institución. Parece ser que a nuestros políticos profesionales también les molestaba, cuando accedían al edificio en sus coches, ver a los indigentes sentados en los bancos, bajos los árboles. A mí también me molesta ver a toxicómanos, ancianos, pobres y toda clase de desventurados vagar sin tener nadie que se ocupe de ellos, pero en lugar de retirarlos de la vista, mandarlos a otra parte menos visible, podrían dedicar dinero público a la construcción y mantenimiento de albergues, casas de transeúntes, asilos públicos. La indigencia en la calle, desvalida es consecuencia del desmantelamiento del Estado asistencial, de la dedicación del presupuesto público a otros fines que no son los sociales. Los problemas no se solventan ocultándolos, si no haciéndoles frente. Pero, además, me pregunto qué concepto de la democracia se enconde tras operaciones de este talante. El Parlamento de Cataluña está ubicado en un parque público, comparte edificio con una pinacoteca dedicada al siglo XIX y una biblioteca, junto a él se encuentra el zoo. No hay cerca, ni vallados, ni cámaras de vídeo; sólo una inscripción hace ver al paseante que está junto al Parlamento. Será que los parlamentarios catalanes deben creer que el prestigio de la institución se logra con la labor de quienes son elegidos y no por la prestancia del edificio. Al hacer mi declaración de la renta debería poder elegir que en lugar de destinar dinero al Parlamento de Andalucía, ese porcentaje fuese a la construcción de residencias y albergues para indigentes. Eso sí que sería democracia directa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 22 de abril de 2002